No quiero que lo traigan nunca quise.
Era lindo escucharlo conversar y reírse con el vino,
pero ahora no, no quiero que lo traigan
que paren el reloj, que amarren en los techos
a los perros amantes que dormían a sus pies.
Déjenlo como él quiso contar que era
cuando estuvo en sus anchos botines marineros
y sólo su cigarro le alejaba el cansancio con el
humo. Pero ahora no, no quiero oír que viene
que lo traen que ya está aquí, neblinas más arriba
al final de una historia que no fue completada
mientras el sol anuda entre raíces que abrazarán su
cuerpo, sol que pondrá noviembre a media asta
su nombre en el murmullo de las habitaciones.
Déjenlo que se duerma con la frente tranquila de
parientes, que se vaya a besar con sus piernas
huesudas a otra parte.
Nunca quise que vuelva que lo traigan lo vistan
le apaguen su cigarro, le salpiquen el cuerpo
con agua bendecida, que le echen cal inútil
en su espalda.
Nunca quise mezclarlo con gladiolos morados
con los muebles queriendo retornar
a sus antiguas marcas sobre el piso.
No quiero que lo traigan.
Déjenlo que la tierra lo espere hasta las lluvias
la vida de la tierra
para avanzar.