Es plateada y violenta, suele apagar las luces
detrás de los que salen de las piezas.
La silla que se inclina y la dama de noche
conversan de presagios
una voz de comadre sentenciosa
sabe darle esa aureola de autoridad doméstica
llegar al corazón de las carnes más tiernas
recoger los oficios para hacerlos cantar
y rezar y besar, tiesos libros de nácar
medallas que pendieron de los pechos visibles
de sus antepasados
o pequeños recuerdos que alguien llevará atados
en la piel que recubre la emboscada.
Poemas de José Antonio Cedrón
No parece que haya vivido en la oscuridad.
Tal vez vivió en las sombras.
Las sombras guardan más temor
que la oscuridad. Misterian.
Aquí se estableció con sus manteles de hule
el carmín de aquel tiempo cuando
el furor en los labios.
Sobre una tabla blanca y lisa
cuadriculó domingos en la harina.
Quiso Génova, plantas y lo claro del cielo arriba de las flores.
A veces la pensaba como recostada
en un nido salvaje, llevándonos a todos
en tiempos en que el agua era limpia y
corría por las alcantarillas hasta llegar al río.
Fue la última vez que entró a la casa
que le vi las arrugas en reposo
tan cerca como nunca
estiradas y quietas para siempre.
Envolvieron su cuerpo en la mantilla blanca
manchada con el vino de la frente.
Pronto será de noche sobre esa cruz de viento.
Nadie sabrá qué hacer con tanto polvo.
Aquel fuego encendido con las últimas hojas del otoño,
duró hasta que el carbón extinguió el frío.
Tal vez no conocimos otra estación con ella.
En las habitaciones de estos años
el fuego le regresa el control de las vidas
su alimento la nombra, como entonces,
nuestras culpas están llenas de voces.
No quiero que lo traigan nunca quise.
Era lindo escucharlo conversar y reírse con el vino,
pero ahora no, no quiero que lo traigan
que paren el reloj, que amarren en los techos
a los perros amantes que dormían a sus pies.
Más tarde nos pusieron en la fila del medio
y esperamos el turno en los pañuelos
(a los que no podían le arrimaron la cara).
Quise pensar su piel como una fruta
como el rostro de Ana temblándome en la espalda
y no un pueblo perdido que se iba
apretado en el frío de sus manos.
La sombra de las torres suele verlos
correr en otra piel, ensuciarse la boca con el viento
esa mancha que busca
empeñada en el aire de una mujer y un hombre
volteados al pasado
abraza soledades de cuando ellos soñaban
el año de Dragón en su equinoccio.
Anochecen y tiemblan, balbucean, se entumen
y allí son Dios, porque han dado su cuerpo.
Amanecen desnudos, clavan otros maderos.
Asoman su silueta preguntan por el tiempo
murmuran entre vidrios palabras manoseadas
en otras frustraciones
bajo una luz de 20
imagino sus dedos de diciembre
anudando los diarios amarillos
y otras manos más lentas revolviendo
el hervor de los porotos.
Al cerrar el botón del monedero
esa mujer hablando de los otros
tropieza con los nombres
que apretaron el brillo de su vestido rojo.
La interrumpen reproches en voz baja
golpes de la otra vida
papas apio cebollas que guarda el mosquitero
una mano que cuenta las pastillas
disueltas en el sueño
entre muecas mordidas por extraños
y el crujir de un elástico que cede
después de haber tendido la cobija en la pieza
para cubrir al náufrago y la luna.
En el gancho escondido que pende de la noche
deja secar los trapos.
Gotas de sangre dulce le roban las muñecas.
Ella pone su mano de disculpa, obediente
a la regla que baja como una guillotina
y el poco de dolor le cuenta un cuento
que nadie le ha contado en esta vida.
Ayer te pensé o soñé que estabas en casa
y te pensé o soñé como eras hace mucho
bajo un cielo que era también como hace mucho
esas cosas de hombre de niño que uno tiene
te soñé como eras cuando yo no era éste
y te pensé después
y anduviste girando en mi cabeza
durante todo el día.
Siento que hubo de todo en este fuego
a una mano del cielo a una mano del piso
a una mano en la mano.
Abajo la raíz la tierra el fruto.
Arriba de tus labios esa distancia y ésta
más las alas.
No los dejes que entren que respiren
que se levanten al aire de tu paso
que ocupen tu lugar
no los dejes voltear a esa ventana
hacia esos ojos que miraron lejos
hacia la sombra por no tener sombra
hacia esa nube que cayó sin ruido
queriendo el temporal.
Te hicieron enemigo del que llevas.
Dos siglos de enseñanzas contra tu voluntad
la mía. Dos mil años.
Ese extraño, mi cuerpo, era la sombra intrusa
que castigan los dioses del cielo y de la tierra.
El otro, oculto.
Nos ha llevado tiempo conocernos
separar del silencio la voluntad que niega
para darnos palabras de un idioma
en constante peligro de extinción.
Dejemos los anillos en su sitio
la gotera del baño, el esforzado sueño.
Escondamos la escoba, por favor
los trapos de cocina.
La borrachera diurna del vecino la borro.
Tapo los viejos diarios con nuestro desarreglo
el tiempo del reloj y de los trenes.
Con las mejillas enceradas
los ojos le brillan como si al sol.
Baila para el suspenso de la rueda
su vals número 15.
El gallinero duerme su concierto
entre rubor de niñas
y los tíos empujan por la espalda
a ese pájaro nuevo con traje de recién
tan vestido de un miedo
que más adolescente es casi virgen.
Sólo hay un hombre que habla de otras cosas.
Por ejemplo hay un hombre que habla de una calle
de un apellido suyo que llegó en algún barco
de una mujer morena que se perdió en su almohada
de un líquido morado que en sus alas
llega como una carta hasta su casa.
En la plaza, con ojos de carnero, tocamos las
mujeres que luego se desnudan para los debutantes
en las piezas del fondo de los conventillos.
Y esa mujer que mira con unos ojos que durarán
por años, se puso boca arriba tomando uno por uno
los temblores, como si se iniciara un nacimiento,
para irse muy tarde con el bolso apretado debajo de
sus brazos, escondiendo la cara y el miedo a
nuestro miedo.
Llovieron muchos años de este lado
y la humedad signando la suerte de los vientos
que se dejan mecer en la trampa del agua.
Las gotas amanecen sobre el filo del vidrio rajado en
la ventana. Atrás del muro, larguísimo,
humean los carbones quemados por el tiempo
como antiguos ladrillos de la vida incompleta.
Despego con las llaves la pintura del marco.
Ahora es verde gastado lo que antes humedad
y después amarillo
y puedo ver el gesto cuando convocó
alzando, su mano enredadera.
Imaginarla cargando sobre el hombro, la maleta
ruidosa de cacharros, ladridos, dictadores.
Tuvo un corbatín rojo para estar en las aulas.
Un overol de tarde para el taller que usaba
de sus manos.
Tuvo el asombro azul de aquel cielo obligado
hasta llegar la noche de madre inexpugnable recorriendo la casa con su aliento
del piletón del patio a la cocina
sin dar respiro a nadie a nada a nadie
porque es hora de izar los trapos que escurrieron durante todo el día, y entonces no hay más tiempo de estornudar toser pararse levantarse
si no es para apagar la última luz que espera
por los patios, ver madrugar los hombres que saldrán saludando con un gesto
todavía en voz baja y abrigados.
Esperarás aquí y aprenderás le dijo
de los hombres que se mueven de un lado para el otro suben forzados bajan de un sótano a otro sótano como cojos ligeros ¡uuupa! gritan al paso de sus manchas de sangre y aserrín.
Hace frío sobre ese piso lejos del techo,
las cúpulas rajadas llenas de telarañas.
Doblado entre sus ramas
los miedos se deshojan unos a otros.
El oscuro silencio le humedece los huesos.
Y pedirá perdón, si regresan de nuevo
a revisar la cama con un golpe
mojado por la noche.
El sueño sueña un bosque para evadir la culpa.
El vecino Domingo ha desollado un cerdo
adentro de su cuarto.
La sangre salpicó el marco de la puerta.
Unas gotas quedaron suspendidas en el mosquitero
hasta que se secaron con el viento.
Comimos sobre el piso quebrado por la higuera
después
las mujeres lavaron en voz baja
y los hombres durmieron vestidos a la sombra.
En esta casa alguien vivió antes.
Dejó clavos de punta en las paredes
la forma de sus manos en un viejo jabón
olores a tabaco, el lavadero sucio.
Huellas poco confiables.
Vivió esperando un ruido que lo llame
desde el amanecer?
En una vieja foto está escrita una fecha
y por detrás los nombres de nosotros
(sobrenombres y apodos en paréntesis).
Los que pudimos ser
de haber nacido antes o después
de esta historia
si los hijos que fuimos jugaran de este lado
no en aquella niñez
que siempre entorpecía la música de fondo.
Entre los jeroglíficos hallados en tu almohada
enfrentarás la mueca de los días.
La distancia idealiza.
El sueño solamente demora esa costumbre.
Las miradas de entonces no quieren saber nada.
La mano que aún extrañas acostumbró su piel
al paso de tu ausencia.
Esos fantasmas llegan a casa
recogen en la puerta la soledad y pasan
pasan dentro de mí como esos trenes
contra barreras bajas
esos fantasmas pasan van sin rumbo.
Esos fantasmas llegan
se instalan en la silla y en la mesa
y sin que pida nada ellos hablan
esos fantasmas hablan con mi sombra
recorren la distancia amarrada a mis sueños
cantan mi compañía
esos fantasmas hacen mi morada.
La que leyó la vida de vecinos y amigos
la que predijo novios con fortuna
cartas de amor y bodas en futuro
esa adivina nunca tuvo tiempo
para alejar los dedos de la mesa
y viajó por las líneas de las manos ajenas.
Ella le daba alpiste a su pasión más fiel
le daba agua en el pico
le daba de su almohada los algodones blancos
mientras los ‘pobrecitos’ esperaban silbando
que vuelva hablando sola.
Poco a poco no pudo sostenerlos
y ellos se debatían de pico en los alambres
entonces dio sus manos por la fruta golpeada
los grises de su frente hurgando en las verduras
y ellos se debatían de pico en los alambres
se negaban criar y cantar y bailar
alegrarle la vida las visitas.
Se dice que llegaron hasta aquí en un tren nocturno, con las lluvias de agosto que cubren las sequías. Su amor dio que fumar que beber que decir. Fue la cosa más grande después de la mujer araña en los años cincuenta.
Eran irreverentes aquellos alaridos
incesantes se oían a la sombra del sol y las vecinas
como una cosa oscura que espiar, murmurar
y hubo anuncios de prensa y apagones en las horas jadeantes.
En esta casa alguien vivió antes, y antes.
Dejó clavos de punta en las paredes
la forma de sus manos en un viejo jabón
olores a tabaco, en el lavadero sucio.
Huellas poco confiables.
Vivió esperando un ruido que lo llame
desde el amanecer?
Y le pido de nuevo que no me deje solo
que todavía siento miedo a la oscuridad
a las voces que indagan el pasado
que no me deje solo
que otros duendes resuelven
lo que cuesta subir desarmado las alas
que anuncia el gallo nuevo
que no me deje solo con el eco
que me acompañe siempre
que respire y respire
nubes bajas se internan al agua donde bebo
que no me deje solo repitiendo esa luz
que despierta viviendo a contracielo
atrás de los retratos donde una vez
soñé con otro rostro
que no me deje solo en esta huella
que siga respirando por los remos
que siga respirando
que respire
que no diga hasta aquí.
Esa mujer tenía ojos azules
cuando entró lastimando con su carga el revoque.
Valijas de cartón, jaulas de alambre.
Si no fuera que un día le dejara pintarse
los labios a sus hijas, sería un pestañeo
la melodía fácil que le cambió el acento,
aquel olor a sal que se fue con las lluvias
y la costumbre húmeda del tiempo.
Ese buen amor de manos transparentes
y ese gusto tan especial que tenía
ese buen amor
por robar vino blanco en los supermercados
si una planta escapada de la reja
o un trofeo de losas cascadas atrás del vidrio
deshacía los nudos de corbatas
con labios apoyados alrededor del cuello
y la audición vibrosa de Nat Cole en castellano
perpetuaba los besos en la piel.
Si no tuviera alas como tiene
si no hablara y cantara
si no fuera de fiesta de velorio
si no amara tus piernas como ramas de un niño
si no tuviera acaso componentes políticos
estaría diciendo que el corazón
es sólo el corazón
no esta mancha que cambia pasos bodas y viajes
no este pájaro huído que carga una maleta
pesada como un pueblo
no esta sombra que emigrra en mala hora
qué va.
Quién sabe cuál sería la solución buscada
o si fue algún atajo una salida huyendo
de los perros del tiempo
que no entienden dialectos
ni gestos de esos hombres
que un buen día llegaron en un barco
o encallaron de tercos
perdieron el sombrero en esta costa blanda
cielo limpio agua dulce tierra para sembrar
la semilla no dio como esperaban
el arado y la furia no estaban
en sus cartas de navegación
sólo encontraron paz cabeceando entre sueños
al filo de la mesa
no se reconocieron en la virgen
criaron el ganado atrás del muro
bautizaron por miedo desearon y desearon
no preguntaron nada o casi nada.
Domingo y Juana al frente del ‘vapor’ Asimina.
Faustino y su tabaco y el mismo delantal
de su trabajo. Doña María y Carmen con sus cabellos
jóvenes (que cuesta recordar) tomadas de la mano.
Mi abuelo en sus botines y todo el desarreglo
de aquel saco de lana con el que lo encontraron
(suerte que se bañó, dijeron en la casa
el día de su muerte en el mercado).
Huele a lombriz la tierra.
Gusanos se disputan el tallo del rosal.
Las manos que me llevan separarán las flores
con papeles mojados.
Regarán la costumbre con los ojos ausentes
y una lata de Silvo conservará los bronces
atendidos.
El ave sobre el borde de la fuente
baja el pico y me mira
recoge su alimento vuelve a bajar el pico
y me vuelve a mirar
meneando la cabeza
alrededor hoteles de altísimo aluminio
vidrios rubios detrás de las cabezas
un régimen de moscas consumiento el sonido
el ave teme observa se levanta
con ágil movimiento vuela sobre estos días
que invadieron los ojos con el ocio terrible
de los desocupados.
Dios mío, todos los días han sido
¿No nos ha quedado siquiera un
día nuevo?
MARIN SORESCU
Cuando el cuerpo no podía
quedaba horizontal y la carga ignorada.
Aún pasado el invierno no había cómo quitar
las manchas de alcanfor que marcaron el pecho
buscaban adelante, hacia atrás, en los lados
y el cuerpo estaba adentro.
En la puerta cancel del antiguo vestíbulo
brilla un vitral que sirve para tapar el gris con sus colores, hoy ya desatendidos, y sus vidrios rajados
por donde pasa el viento trepidando
como un viejo y ruinoso caballo de lechero.
Este es el escenario de una ciudad
con muros carcomidos, reflotada del agua
y puesta a navegar otra vez con nosotros
entre descalzas voces que recuestan sus hijos
o baldean las piezas a lo largo del patio
mientras mamá desviste la muñeca que sienta
al centro de la cama
varios días después del primer fin del mundo.
Y cuando algunos barcos se perdieron
en tierra para siempre
(la colección de El Tony, el miedo a las gitanas…)
los alcancé de nuevo con el perfil del ojo.
Los rumores sitiaron otra esquina
y desearon el vidrio empañado y nocturno
de la viuda.