Por ahí viene el calor. Doblándose en los postes
cae su pergamino de oro.
Viene huyéndole a los gritos que el mar suelta, solo, de pie en la costa de Cojímar.
Adela entra en la siesta.
El verano se le para en los párpados de leche
y le exprime un limón maduro
entre los pechos.
Se recuesta en la pelvis, lame los muslos
de agua. Como un gato
conoce los tobillos
y abre en el cuello aquel su cola lloviznada.
Pero cuando parece que va a alcanzar la sangre
el cardo blanco,
cuando casi peligra el corazón
y pensamos que va astillarse el sueño,
vienen la brisa, el verde, la sombra de los bosques,
y en la frente de Adela se vuelven aceitunas,
le recorren el cuerpo, se desatan,
mientras, en la tarde callada,
pájaros sucesivos van volando.