Comensal

Arrimado a la esquina de la mesa,
fiel, infinito el son de mi cubierto,
quisiera seguir siendo siempre el mismo Alberto
Rubio resucitado con su presa.

¡Qué olorosa la carne me embelesa
dorada, tan real, y tan despierto
de mis sentidos yo, por fin tan cierto
que la separación de amigos cesa!

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El cactus

Apretada la tierra en la greda vasija
ha tiempo que parió al esbelto cactus.

Cada día lo veo de mañana,
le llamo: -Fiel amigo, esbelto infatigable.

Entonces me obedece el cactus verde,
se adelgaza, se esbelta infatigable,
y yo le digo: -Amigo, amigo verde.

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El camino

Es el mismo camino que condujo mi infancia.
Aquí está el mismo cerco, allí las zarzamoras
llenándose de polvo, allí la piedra agreste,
y un niño fantasmal que eternamente sigue.

Y el cabello camino verdea con el sauce,
cayendo en hondonada sobre el pecho.

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Galán

Tanto tiempo que esperan esas flores
vagas, alertas desde los rosales,
ser envío de amores

secretos, potenciales
en culpas atrasadas
que no han nacido y viven desahuciadas.

Así no sé de males
míos, pero me importarán los daños
a las probables víctimas de engaños:

las rosas en esperas
de ser las verdaderas
rosas que envíe yo, ¡por tantos años!

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Hasta Bosque

Un bosque de eucaliptos me recuerda,
un olor de eucaliptos me hace aire;
me recuerdo y me olvido hacia mi infancia.

Soy un niño y también soy el estero
que corre por el fondo.
Yo también me hago estero cuando niño.

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Inmóvil

Fatiga despuntar un par de pasos:
basta el impulso como heroico avance.
Deslumbra agotador el solar trance
de perseguir las albas, los ocasos.

¿Correré siendo sol por campos rasos,
rayos mis piernas de frugal alcance,
si sangro sombra en vesperal percance,
rotos sanguíneos y solares vasos?

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La abuela

Se puso tan mañosa al alba fría,
la cerrada de puertas, la absoluta de espaldas,
cosiéndose un pañuelo que nadie conocía.

Se bajó bien los párpados. Con infinita llave
los cerró para siempre. Unos negros marinos
vinieron a embarcarla en una negra nave.

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Mesa del alba

La mesa en la mañana me espera con su silla,
mas se sienta la ausencia familiar a la mesa.
La mesa en la mañana hasta mis ojos brilla,
cuando estoy frente a ella con mi sola cabeza.

Es una gota parda que brilla su rocío,
entre sillas que esperan todo el día pacientes.

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Milenario

Me vuelvo esa persona demorosa,
confusa, cuya prisa más la atrasa
cuando sale; no sabe qué le pasa.

¿Las redes o tejidos? ¡Buena cosa!
Los huertos y jardines, tanta rosa,
fruta, alfalfar, viñedo, bestias, casa;

riegos, siembras, cosechas
-labores a sus horas y en sus fechas-,
libres actos rituales suyos, míos,

constante campesino milenario
que se encarna en mis propios albedríos,
ni hosco ni demasiado solitario,

algo sociable, alguna vez parlero;
hombre que vive a gusto,
sobresaltado por el solo susto

de perder, rey feliz, el reino entero,
donde al fin otra fruta ágil madura:
sangre propia enraíza en su escritura.

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Padre

A Armando

Ni el tronco yo, ni tú la esbelta copa,
ni tallo ni renuevo desgajado.
Ven a la mesa. Escarchará la sopa
de seguir enfriándose a mi lado.
Si no probaras nunca más la cena,
furia, helor en mí: todo, menos pena.

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Sandial

Por un hondo camino me aproximo a la historia
que en la honda sandía me sangra frescamente.
Es como hacer alegre calado en la memoria
recordar a mi madre sandía hundidamente.

Y me hundo profuso en la roja sandía,
y a mi madre me encuentro, filial en el regazo,
sentada en el profundo y maduro mediodía:
¡todos en senos sandiales el verano le abrazo!

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Señoriales señoras

¡Alto departamento que brilla allá en los cielos!
Los balcones se asoman, silenciosos y solos,
y más adentro de ellos las señoras conversan,
sentadas mutuamente, señoriales y altas.

Un silencio de alfombras se cierne en los balcones.
Las señoras conversan, delgadas y peinadas,
en el alto salón del departamento alto.

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