Me acerco hasta la puerta.
El aire es frío
como el gélido lienzo de una cama vacía
y, aún conmocionado, lo acojo quedamente.
Hay pájaros cantando que, invisibles,
reclaman la atención hacia las hojas
que el bosque solicita.
A ras de suelo
lo roza una neblina sin raíces.
Procuro no pensar.
Quisiera devolverle
la familiar mirada con que el bosque nos mira.
Atento a lo contiguo, observo -me demoro-
la neblina inconsciente.