Aeternum vale

Un dios misterioso y extraño visita la selva.
Es un dios silencioso que tiene los brazos abiertos.
Cuando la hija de Thor espoleaba su negro caballo,
le vio erguirse, de pronto, a la sombra de un añoso fresno.
Y sintió que se helaba su sangre
ante el dios silencioso que tiene los brazos abiertos.

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Amor de otoño

(fragmento)

¡Un sol de otoño, señora mía
Un sol de otoño que envidiaría
la primavera del Mediodía.

También los valles visten de fiesta
cuando sus rayos doran la cresta
de la cercana colina enhiesta;

cuando se esparcen por la campiña,
sobre las ramas en donde apiña
su ardiente fruto la fresca viña;

cuando en las frondas el viento ruge,
gime y jadea, y al rudo empuje
la frágil rama vacila y cruje.

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El alba

Las auroras pálidas,
que nacen entre penumbras misteriosas,
y enredados en las orlas de sus mantos
llevan jirones de sombra,
iluminan las montañas,
las crestas de las montañas rojas;
bañan las torres erguidas,
que saludan su aparición silenciosa,
con la voz de sus campanas
soñolienta y ronca;
ríen en las calles
dormidas de la ciudad populosa,
y se esparcen en los campos
donde el invierno respeta las amarillentas hojas.

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El himno

Bebe ¡oh Dios! Entre los bosques, al través de la espesura,
los feroces jabalíes han huido,
y en la mitad de su carrera puso término a su insólita pavura
rayo ardiente y luminoso, de mi aljaba desprendido.

Bebe ¡oh Dios!

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Entre la fronda

Junto a la clara linfa, bajo la luz radiosa
del sol, como un prodigio de viviente escultura,
nieve y rosa su cuerpo, su rostro nieve y rosa
y sobre rosa y nieve su cabellera oscura.

No altera una sonrisa su majestad de diosa,
ni la mancha el deseo con su mirada impura;
en el lago profundo de sus ojos reposa
su espíritu que aguarda la dicha y la amargura.

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Eros

Lluvia de azahares
sobre un rostro níveo.
Lluvia de azahares
frescos de rocío,
que dicen historias
de amores y nidos.
Lluvia de azahares
sobre un blanco lirio
y un alma que tiene
candidez de armiño.

Con alegres risas
Eros ha traído
una cesta llena
de rosas y mirtos,
y las dulces Gracias
-amoroso símbolo-
lluvia de azahares
para un blanco lirio.

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Las hadas

Con sus rubias cabelleras luminosas,
en la sombra se aproximan. Son las Hadas.
A su paso los abetos de la selva,
como ofrenda tienden las crujientes ramas.

Con sus rubias cabelleras luminosas
se acercan las Hadas.

Bajo un árbol, en la orilla del pantano,
yace el cuerpo de la virgen.

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Los antepasados

II
Bajo la luminosa, nocturna estela
y entre la polvareda de los caminos,
en busca de Santiago de Compostela
pasan, cantando salmos, los peregrinos.

Mientras en la penumbra de la mezquita,
donde con sus muezines rezaba el moro,
junto al abad severo que ora y medita,
los frailes soñolientos rezan en coro.

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Paloma imaginaria

Peregrina paloma imaginaria
que enardeces los últimos amores;
alma de luz, de música y de flores
peregrina paloma imaginaria.

Vuela sobre la roca solitaria
que baña el mar glacial de los dolores;
haya, a tu peso, un haz de resplandores,
sobre la adusta roca solitaria…

Vuela sobre la roca solitaria
peregrina paloma, ala de nieve
como divina hostia, ala tan leve…

Como un copo de nieve; ala divina,
copo de nieve, lirio, hostia, neblina,
peregrina paloma imaginaria…

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Rosa ideal

Eres la rosa ideal
que fue la princesa-rosa,
en la querella amorosa
de un menestral provenzal.

Si tú sus trovas quisieras,
llegarían, como un ruego,
los serventesios de fuego
en armoniosas hogueras.

Darías al vencedor
los simbólicos trofeos,
en los galantes torneos
de la ciencia del amor.

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Juan Gert

Mi sueño se hizo dulcemente cal.
La bóveda perfecta de tu cráneo
enclavada en la mariposa de mis huesos
es frágil tulipán
coronando las alas abiertas de la pelvis.

Sacas el molde al mundo
en mi cintura breve;
recogido y devoto como un rezo,
hilas con mi sangre el Universo,
hijo mío.

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A la poesía

Arrivée de toujours, quií ′en iras partout.
Rimbaud

Persevera, persiste con nosotros
pese —ya ves— a la miseria
que hicimos de esta vida.

Aunque la errancia sea
tu única morada, y tu destino,
como el nuestro, un enigma.

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Celebraciones

Unimos una puerta, una ventana
y cuatro pensativos
y ya tenemos un cuarto.
Un cuarto es sin duda el sitio
donde mejor se oye llover.
Las tres revelaciones del cuarto:
un fantasma, una araña, la mujer.
La que a la mesa nada dijo
se lo dice con lágrimas al cuarto.

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Deshora

polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo

La cercanía infranqueable entre sus cuerpos.
Un puente de miradas donde se cruzan
y se separan.
En sus labios:
un vaivén de palabras o de silencios
—no la lenta fragua del beso.

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Indagación

mom semblable, mon frére.
Baudelaire

De qué herida vendrá el que te hiere.
Así, tan de filo, lujosamente.

De cuánta hambre o sed.
De qué adolescencia
humillada. De qué niñez
a golpes enterrada.

De qué piel perdida
o inútilmente deseada.

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Moreliana

Recorriendo taciturno
las calles de Morelia,
recién abierta
la tajante
herida de tu ausencia,
me pregunto
a quién nombran,
ya vacantes,
los nombres de los muertos.
Pájaros huérfanos
sin el árbol del cuerpo,
sin más vuelo
que el inmóvil del recuerdo
¿a quién nombran?

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Para un adiós

Un abrazo y palabras entrecortadas
habrán dicho el adiós increíble.
Y entre tu cuerpo y el mío
manará sin cesar la distancia.

Como se apela a una hierba mágica
para sanar del mal de ausencia,
escribiré entonces estas líneas.

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Razón ardiente

a Nazri

París, invierno de 1980
Queridos pájaros ausentes
Barrios de nieve
Pinos
Pacientemente sentados
Desde la penumbra de un cuarto
A la luz de la lámpara
Solitaria
Como la Khiswara en el Altiplano
Inclinado sobre la página
El vertiginoso pasado
La infancia apenas un eco
Un silbido lejano
un río
De rostros distantes
O muertos
La patria:
Un río de nombres ensangrentados
No héroes ni hermanos:
Corderos sacrificados
Al buche de topos feroces
Renacerán con su pueblo
(¿Cuándo?)
Cae la nieve
nieva silencio
Así ha de nevar —ya está nevando—
También el olvido
No escribo para abolirlo
Para nosotros escribo
Elizabeth Peterson:
Nunca tendremos un hijo
En tu vientre hermoso
La cicatriz
Brillaba como un castigo
Y éramos inocentes
éramos dichosos
Ahora mismo recuerdo cómo
Del bosque dormido del diccionario
Una mañana de pronto
Tus labios finos me regalaron
Una palabra:
Mirabilia
Las cosas no son un misterio
Son un obsequio
Vivir
Prodigio de nuestros muertos
Elizabeth Peterson
al separarnos
No me fui solo: me fui contigo
En mi país ya era otro
mirando
El alba entraba a cuchillazos
En el cerro de Urkupiña
Sudor y plegaria
golpeaban
La roca de la injusticia
No se quebró para los pobres
(¿Se quebrará algún día?)
Armadas de su hambre
Cuatro mujeres
estrellas matutinas
Rompieron la noche de siete años
Nos abrieron el camino
Y no supimos caminarlo
¿O no pudimos?

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Saint-Jean de Luz

Las velas de las barcas
atadas a los mástiles
como vírgenes mártires
en la hoguera del día.

Transcurren desfallecidas,
estatuas de sal, exánimes,
ajenas a las sucesivas
voces de las suplicantes.

Invisible sobre las aguas,
por donde nadie parecía,
verbo puro, sin estampa,
el viento como un mesías

las toma entre sus brazos.

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Pido la palabra

Ciudadanos del mundo,
en nombre de mi patria, pido la palabra.
En nombre de mi pueblo, sencillo como el agua de la acequia,
pido la palabra.

En mi pequeña morada comenzó la patria
allí todos gritaban en las noches cuando el puño del alcohol,
caía sobre el rostro de mi madre, recuerdo la sangre y los nervios,
los nervios en angustia de alambres aprensados;
en las noches ondas, pobladas de llanto y el miedo de los pequeñitos allá,
en la esquina más dolorosa de mi sangre, comenzó la patria.

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Simplemente

Si pudiéramos decir:
el árbol, simplemente,
sin viento que lo inquieten,
sin pájaros que lo pinten.

Y luego,
la mujer, simplemente,
sin adjetivos,
sin paisaje que la desnude.

Después,
el hombre, simplemente,
sin miedo que lo agigante
ni sombra que lo entretenga.

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Balada de Claribel

En la desolada tarde,
Claribel,
Al claror de un sol que no arde,
Claribel,
me vuelve el amante alarde,
aunque todo dice «es tarde
Claribel».
Lleva en sus alas el viento,
Claribel,
tu nombre como un lamento
Claribel,
y en vano mis ansias siento
volar tras aquel concento,
Claribel.

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Habla Olimpo

Yo fui el orgullo como se es la cumbre,
Y fue mi juventud el mar que canta.

No surge el astro ya sobre la cumbre?
Por qué soy como un mar que ya no canto?

No rías, Mevio, de mirar la cumbre
ni escupas sobre el mar que ya no canta.

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Mineros uno

Caminas todavía entre sílice y cal,
entre martillos
con lacerado pulmón que te acompaña
en la tos terminal de tu apellido.

¿Subes acaso, desgastando sueños
que en cachorro de ruido y polvareda
encoraginan puños y adjetivos?

Atento ante la muerte,
drásticamente amortajado un hueso
reseco en sus raíces
enumeras tu pan y las heridas
de tu famoso grito,
de tu rabia inconclusa
y la prédica inmemorial de tu andadura.

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Soneto a la serpiente

Lloró en la noche grande la serpiente
y lloraron los pájaros de arena
el agua temblorosa en su corriente
y la sombra vibrando en la falena.

Lloró en la noche grande la serpiente
como insuflando su dolor de quena,
quemando como fuego en el sufriente
corazón de la piedra y de la pena,

Lloró en la noche con dolor ajeno,
con voz de polvareda y de veneno,
con voz de soledad y de regreso.

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Rapsodia primera

a caballo desciendo del sueño,
y sin saberlo
hacia un febril paisaje
poblado de oscuras potestades.

fue un día en que miraba ciega
la medida del vasto cielo que cubría la isla,
al soplo de los vientos del norte
que aquí convocan
los cautos fuegos de verano.

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Territorial

(fragmento)

sólo tengo este cuerpo. estos ojos y esta voz
esta larga travesía de sueño cansada de morir.
conservo el temor al atardecer.
no se comunica con nadie.

por mi modo de andar
algo descubierto un poco esperando
cambio frecuentemente de parecer
conmigo no puedo vivir segura.

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El reposo

entro en mi casa
y me alojo en su centro
esperando la temperatura
que enmudece los ruidos inútiles.

en un andar del silencio
comienza el mundo
en un olor a fuego
en una hoja
en un cambio de sábanas
en una gana de hacer cosas
no siempre precisas.

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A ti

Al calor de tu forma progresa mi sangre, en el aire
de sueño
el clima para lo solo eres tú
-una sombra canta para ti en el fondo del agua al
compás de mi corazón
y en tu mirar mis ojos están silenciosos por la música
al soplo de la luz,
en el cielo y en la oscuridad.

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Como una luz

Llegada la hora en que el astro se apague,
quedarán mis ojos en los aires que contigo fulguraban
Silenciosamente y como una luz
reposa en mi camino
la transparencia del olvido.

Tu aliento me devuelve a la espera y a la tristeza de la tierra,
no te apartes del caer de la tarde
-no me dejes descubrir sino detrás de ti
lo que tengo todavía que morir.

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Eres visible

Permaneces todo el tiempo en el olor de las montañas
cuando el sol se retira,
y me parece escuchar tu respiración en la frescura de la sombra
como un adiós pensativo.

De tu partida, que es como una lumbre, se condolerán
estas claras imágenes
por el viento de la tarde mecidas aquí y a lo lejos;
yo te acompaño con el rumor de las hojas, miro por
ti las cosas que amabas
-el alba no borrará tu paso, eres visible.

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La Muerte por el Tacto (Fragmento)

(A modo de manifestarse
estupor ante lo bromista
de la mirada).

I
Olvidó los océanos y las voces

replegado con los demás en el apagado símbolo de los puentes – hizo perdurar el crepúsculo

al igual de la condición de los afectos al árbol

los ensangrentados

los de largas cabelleras

los forjadores del viento

los que con la impasibilidad de las cosas han
depositado un pétalo

una arena un aire en el arco olvidado de aquella
cumbre

los que iniciados en los triunfos de la naturaleza

en las revelaciones de las edades y de las lluvias

anuncian las transformaciones del sonido, figura tuya
– no sé aún quién eres

los que sean lo mismo que los rios parte vital de las
montañas

los que sean

los que realmente vivan y mueran sin hacer gesto de
desagrado

los que se queden imberbes y también los barbudos y
los barrigones

dignos y naturales cuando el sonido y el viento son
una misma cosa

cuando no existe necesidad de que no hayan moscas

cuando no se tiene que pagar para que besen a los
delegados y el beso no sea más que beso y no señal
torcida hypócrita y atentatoria

cuando el matar no es condenable sino sólo matar y
el término con que se designa la acción desaparece

cuando te topes en las esquinas con alguien
idéntico a ti y puedas decirle ‘hola’, ‘ojalá’, ‘tal vez’,
‘recuerda’ o ‘quien sabe’

indistintamente

como si te refirieras a él o a ello o a ellos o a ti desde
la luz hacia la luz

es necesario que escriba una carta para poder ver
mejor la luz de las cosas

luego de leerla alumbrado por el antiguo vuelo de mis
amigos muertos

es necesario que recuerden todos su amor a la
música, si sosiego y su desdicha

y su propensión a la risa así como las arquitecturas
que urdían cuando podían hacer lo contrario

y su lamento, el lamento que ya fue analizado sin
usar la substancia humana,

sin planes, sin palabra ni consulta, pero con
ademanes repetidos bajo la mirada

que caía desde un pedestal diseñado en otro tiempo
para ensalzar a los mendigos, a los valientes y a los
inventores del azúcar y del resorte

y sus proyectos,

los rigurosos alegatos en favor del desquiciamiento,
de un anti-orden, para el retorno profundo al
verdadero ordenamiento

sus conmovedores argumentos para comprender
finalmente el simple significado de la estrella

sus penas tan dignas de respeto

sus venias (te explican el punto de partida de la vida)

encerraban una melodíia ingenua y lejana y te
inducían a ser más bueno y desentrañar con mayor
autoridad los signos misteriosos de las nubes y de las
calles

hacían que te vieras tal como eres (tu contenido, las
propias venias que jamás harás)

y les intitulabas medida de todo, y solucion secreta
de todo, y surgía de tu sombra una venia destinada
a ellos

y les intitulabas ‘caro destino, gayo amigo’.

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Ven

Ven; yo vivo de tu dibujo
y de tu perfumada melodía,
soñé en la estrella a que con un canto se podría llegar
-te vi aparecer y no pude asirte, a turbadora distancia
te llevaba el canto
y era mucha lejanía y poco tu aliento para alcanzar
a tiempo un fulgor de mi corazón
-el que ahora estalla ahogado por alguna lluvia compasiva.

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El horno

Combando el cielo en olorosa tierra
alza su nido el laborioso hornero,
que convierte las pajas en lucero,
y en miel, el barro que su pico aferra.

Por eso el hombre que en su ser encierra
todo el saber del universo entero,
con gran acierto lo imitó al hornero,
y horneó en el horno, el trigo de la sierra.

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El lago

Sobre el terso cristal de malaquita
que aprisiona el soberbio panorama,
el carcaj de la aurora se derrama
y el bridón de los Andes se encabrita.

Su ala de nieve la leyenda agita,
muerde las islas una roja llama,
y de la ola el sonoro pentagrama
el hachazo del viento decapita.

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