Yo me lleno de angustia mirándote la frente
porque estás más lejana cuando estás más presente.
Para que yo no pueda llegar hasta tu alma
tú me miras a veces con esa misma calma
con que miran los lagos una noche estrellada:
la miran hasta el alba y no le dicen nada.
Espadas de silencio guardan tu pensamiento
y yo me estoy muriendo de sentir lo que siento:
angustia de no verte los labios apretados
cuando nombro la historia de los besos robados,
angustia de mirarte las pestañas caídas
indiferentemente, como flores vencidas,
cuando me entrego y hablo de la virtud del trigo
y te pido amoroso que te vengas conmigo.
Nada te transparenta, hasta tu misma risa
relieva tus perfiles de mujer imprecisa.
Todos tus actos tienen profundidad de arcano,
hasta el acto sencillo de levantar la mano.
Me nombras y te salen despacio los sonidos,
como si no quisieran llegar a mis oídos.
En ti misma te escondes, yo te busco y el llanto
muchas veces me inunda y es de buscarte tanto.
Te fugas hacia adentro de ti misma obstinada
y yo sufro mirándote con la boca cerrada.
Tus dos labios sin música de palabras ardidas
se me antojan dos flautas por ti misma vencidas.
Vives en mi tan honda, desde hace tantos meses,
que si ahora muriera moriría dos veces.
Angustia de mis manos buscando en el vacío
tu corazón que ignora la soledad del mío.
Angustia de tus trenzas, que recortaste un día
y que tenían la forma de la tristeza mía.