A una señora muy hermosa

No lo consiente firmeza
ni lo sufre la piedad:
combida con la belleza
y despedir con la bondad.

Como los descaminados
siguen a tino de lumbre,
así ban los livertados
a vos dar su servidumbre;
y apenas vuestra belleza
les ha dicho: «Reposad»,
cuando les dice nobleza:
«Andad, amigos, andad.»

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Al ropero de Córdoba

¡O, Ropero amargo, triste
que no sientes tu dolor!
Setenta años que naciste
y en todos siempre dixiste:
«ynviolata permansiste»
y nunca juré al Criador.
Hize el Credo y adorar
ollas de tocino grueso,
torreznos a medio asar,
oyr misas y reçar,
santiguar y persinar,
y nunca pude matar
este rastro de confeso.

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