Contemplaban los dos cómo dormía
el claro Egipto bajo el cielo ardiente
y cómo hacía Bubastis, lentamente,
desembocaba el Nilo en la bahía.
En su coraza el adalid sentía
-como a través de un sueño transparente-
desfallecer sumiso y atrayente
el cuerpo voluptuoso que ceñía.
Volviendo ella su rostro enamorado,
tendía con pasión los labios rojos
y las calras pupilas agoreras.
Y el guerrero, sobre ellas inclinado,
contemplaba en el fondo de sus ojos
otro mar en que huían las galeras.
Versión de Andrés Holguín