Contemplaban los dos cómo dormía
el claro Egipto bajo el cielo ardiente
y cómo hacía Bubastis, lentamente,
desembocaba el Nilo en la bahía.
En su coraza el adalid sentía
-como a través de un sueño transparente-
desfallecer sumiso y atrayente
el cuerpo voluptuoso que ceñía.