8
Lluvia de la mañana, insuficiente
para empapar el pan: tan sólo lluvia
al corazón, al que yace en la hierba.
No es tanto mi dolor: apenas tiene
los años enfermizos de una infancia.
Tristeza de peste leve
que no horada la carne: llaga indigna
de compasión, de limosna o milagro.
22
Días de seca prosa, tan lejanos
al látigo del verso. Un murmullo bastaba
a quebrar nuestros labios.
El mundo resonaba en voz muy baja,
como nos hablan tácitos los muertos.
La añoranza de un canto
a veces nos sacude el corazón
como trapo con viento.
24
Siembro sólo una sílaba:
la estación la devuelve
transformada en madera.
Otro año que declina. Y se alargan
las uñas en los dedos de los muertos.
Tan dentro está Dios que apenas se siente,
como no se siente el pie ni la mano
que no horada una llaga.
Tengo esta voz menor
que apenas crece un palmo,
como hierba en la sombra.
25
Hoy escribo sin apretar la mano,
sin levantar la voz: líneas ligeras,
visibles sólo al tacto de los ciegos:
alegría de luz
y plegarias nocturnas;
alegría de un manojo de menta
olvidado en un patio de cuartel.
49
Se escribe igual que el amor,
entre las sombras y a tientas.
Como el que viaja de noche
y busca tras el vidrio una señal
que le indique que está cerca.
50
Bate en el corazón una palabra
algunas veces, como un redoblante.
Más bajo que un rasguido
de ruinosas guitarras
apenas si se escucha desde afuera
Tengo la voz hundida
y la lengua con moho,
igual que un campanario sumergido.
52
Cae la tarde, el perdón, una niebla
suburbana. Tu pena es solidaria
con el dolor de todo lo que nace.
Es sencillo tu mal:
crece como la barba y el cabello,
como malezas de un bosque difunto.
La boca abierta a las estrellas,
lloras como el caballo de Guernica.
53
En medio del bullicio de la tarde
puedo escuchar mi voz,
pura herrumbre de puerto abandonado.
Y es como si buscara en tierra firme
la soledad de las aguas abiertas
donde nacen las islas.
Ansias de clara palabra, de sílaba
de acento luminoso,
como moneda en la taza de un ciego.