Marco con las migas de mi cuerpo
el camino del espejo
en que los bailarines de la noche danzan.
Pongo las canciones polvorientas de los huesos
hasta el último renglón
de madrugada
en la lengua de unos ojos que no duermen
con el hierro de la carne
clavado en el ocaso del vestido
y un pedazo de fuego en la cuchara.
Llego hasta el último suspiro
derramando las estrellas de los brazos
donde se hallan enjaulados
los leones amarillos de los labios.
Beso de quimeras cada ausencia
con las últimas lagunas de azafrán y escarchas.