Te veo de plantón en esta esquina
desde hace muchos años, diez cabales,
capeando en el invierno temporales,
desgarrado de pelo y de chalina.
Ojo avizor y palabrita fina
en torno a los clientes habituales,
o rayado por luces espectrales,
o verde de la estrella matutina.
Oigo su voz brillante y persistente
como una monótona pedrada
contra la espalda oscura de la gente.
¿Dónde estás con tu voz centuplicada?
Allá en la eternidad blanca y silente.
La eternidad, donde no ocurre nada.