No habíamos hablado dos veces en la vida.
La noche que supimos la muerte de Darío
te encontré en el café de Perú y Avenida,
y esa noche rodó tu llanto con el mío.
Y caminamos juntos por la ciudad dormida,
bajo el cielo de estrellas calientes del estío.
Ya venía la luz por el lado del Río
cuando te dejé solo en la hora perdida.
Despertaba en carritos el alba bulliciosa
y el fondo de la calle era un telón de rosa.
Me volví para verte, deja que lo recuerde:
los pantalones flojos, las piernas vacilantes,
y en las manos nerviosas el bastón y los guantes.
El sol manchaba de oro tu viejo chaqué verde.