Siempre que iba a cantar
algo se interponía
y a mí no me importaba,
¡había tanto tiempo!
Mi canción se quedaba en el alero,
confiada,
meciéndose en la espera
cuajada de horizontes.
Si alguna vez con mudo gesto
antiguo
acaricio las cuerdas,
el aire se retira
y el corazón me late nuevamente
con aquellos latidos turbulentos,
heraldos de mi canto.