Cercenadme esta voz donde anida la estrella.
Cercenadme esta luz, esta naciente albura.
No dejéis que mi aliento
surja de su maraña más límpido que nunca.
Ni el gesto de muchacha que se sorprende libre,
ni este duro clamor, esta palabra impura.
Apiadaos. Derribadme
sobre esta fe creciente que mis ojos declaran
ahora que aún resbala por mi mundo la duda.
Devolvedme aquel aire de niñez oprimida
temerosa del viento, del trueno, de la lluvia.
Devolvedme a las manos que velaron el sueño
de una niña encendida de rubores y frutas.
Volvedme a mi silencio, por donde transitaba
sumisamente dulce, de mí misma confusa.
Aún soy esa muchacha que buscáis en la niebla,
que habita entre vosotros y, sin querer, se oculta.