Cómo te contaré
de esa mi casa,
ese pueblo que nadie
en fija residencia quiere,
mi rechazada casa
donde amigos y gente
que aún no encuentro
viven planeando
como irse de ella.
Violenta latitud
quemando el aire.
Mi desmembrada casa
donde todos se sirven en bandeja,
asesinatos, besos, amarguras
y una ternura
que a mitad de cuerpo
nos sorprende
el viaje en equilibrio
de los ojos.
Mi casa definiendo
el horizonte
de rostros que se van
y otros perfiles
que jamás rodarán
por el amplio cuchillo
de esas calles.
Allí tuve un aroma,
una presencia
y diecisiete años
sobre el pecho,
allí aprendí a perder
todas las cosas:
los sonidos más simples,
las ausencias,
las ventanas,
los mástiles,
ciertos tonos de azul
que tiene el agua
y la manera de tocar la vida
tan sólo con el golpe de la vena.