Confesión del inicuo de Miguel Labordeta

Este momento mío
lo soñaré asesinado ya.
Estos pájaros rojos de hambre
que maman de mis sienes por ti
un claro volcán de medianoche
los engendré cuando los niños
pasábamos lista ante el temible
profesor del Otoño.
Aquella criatura que será lluvia
la nutro con mis actuales combates.
Un tiempo denso de soles y de muertos
recorre la impávida gruta de mis ríos
hacia tu hermoso corazón de mendigo.
Confieso una furtiva confidencia
con esos náufragos que aman las estrellas,
con esa gota amarga de las minas
que secretamente aspira a una muerte profunda.
Pero nada poseeremos.
Toda piel se hará nube,
todo beso beberá de la arcilla
rojiza de los futuros marzos
y ésta mi pupila milagrosa
se envolverá en la remota túnica
de sus destrucciones.
De amanecida mis mastines silban
los funestos presagios de la sed
lentamente en deriva
hacia las palpitantes brasas
de los difuntos relojes de arena.
Mas dejadme
olvido de la certeza,
esperadme, mi dulce amor,
en la cita oceánica de mi tumba.
A las veintiuna y quince
hoy veintitrés de marzo
de cierto punto perdido
del continuo finito.