Como un don planetario
recién nacido celeste
a mí
al rebelde varón de mirada perpleja
has llegado por las venas secretas
de tus pupilas debutantes
en edades remotas haciéndote
dulce relámpago de sangre
en los resecos destierros de mi pecho
roto bajo la apagada lluvia de los monos
que dejan sobrecitos con niños de pecho
en las puertas de aquellas casas
en que alguien va a morir por Nochebuena.
Poemas de Miguel Labordeta
Todos los caminos
han conducido a mí.
El idilio de las abuelas
y las lluvias sobre los estanques
en las lejanas mañanas perezosas.
Las indiferentes ruecas
de pasadas primaveras marchitas
y el viento entre colinas
golpeando el atardecer.
Asesinados jóvenes nacimos cierta vez
insistiendo sobre los guardagujas de los lagos
los vestigios de turbas de viejos profesores sin voz
y que hasta nosotros llegaban
hablándonos de la nada que rodea
a los tranvías azules.
* * *
Asesinados jóvenes caminamos por las calles
entramos en los cines y en los bares
incendiamos los rostros con ceniza y con sombra
y mientras dragones ciegos surgen
de las bocas húmedas de los metros
anhelando asaltar los cables telegráficos
nosotros sorprendidos vampiros
auscultamos el corazón de las tiernas existentes.
Dame
minuto perdido
tu sentido entero.
Dame
nube olvidada
tu hermosa tristeza sin arraigo.
Dame
Vida mía única
tu imposible verdad.
Dame
mi soledad
tu repleta cosecha de renuncias.
Dame
muerte mía
tu relámpago de abrasado total.
Me sumo en las violentas ignorancias
de las destrozadas hojitas de hierba
para encontrar sus almas de hojadelata.
* * *
Manadas de caballos furiosos
asaltan los arbustos
donde orinan los niños de las escuelas
reivindicando antigüedad
en el escalafón de los automóviles.
Este momento mío
lo soñaré asesinado ya.
Estos pájaros rojos de hambre
que maman de mis sienes por ti
un claro volcán de medianoche
los engendré cuando los niños
pasábamos lista ante el temible
profesor del Otoño.
Aquella criatura que será lluvia
la nutro con mis actuales combates.
I
Señor
heme aquí despoblado surgiendo entre los pájaros.
Ya ha sonado la hora en las quietas aguas de mi centro
mas yo permanezco abierto a la espesa influencia
de los antiguos soles que manaron los muertos.
Sí. Decidme: ¿para qué nacimos?
Lo sabéis amigos
no volveremos más.
La virtud de la lluvia
se aniquila en los soles
y el viento entre las flores
se sumerge en la sangre de los toros.
Sólo los viejos vagabundos al morir
pueden saber quizá
el secreto de la hora derramada
y el porqué de la mujer húmeda en estío.
Cuando los besos
saben a mojadas pálidas
de ojos oscuros de pájaro enlazado
con nacimientos de montañas
tras el duro trance que agoniza
en las escafandras de barro
de las sumisas embarazadas sin nariz.
* * *
Cuando entre cristales descuajados
rompecabezas de cuadrumanos
henchidos de infancias terminales
surge Osiris el profesor estelar
abriendo de par en par
los costados de los jóvenes alumnos de la madrugada
cortando con navajas de afeitar
los dulces párpados cerrados
caminantes sin tregua
por sollozos de los niños de pecho.
Largos versos escribo con mi pluma de ave.
Llueve en la lejanía. Dieron las once en punto
en la vieja oficina.
En la esquina de enfrente llora un recién nacido.
No estoy triste ni alegre. Más bien un poco turbio,
un poco espada, un mucho vagabundo magnífico
profano de caricias.
(Número cero)
Sin ti. Sin ti. Hora inviolable.
Inescrutable sollozo.
Fuga sagrada de lo que invado y destruyo.
Mis piernas de tristeza golpean las estrellas.
Navíos secretos de habitantes desnucados
hunden odio amargo, sediento
de dislocadas primaveras ciegas,
donde se yergue el titán enano de la Vida
vencido inmenso mar
de donde surgen albas implacables
como una mano tierna.
Puesto que el joven azul
de la montaña ha muerto
es preciso partir.
Antes de ser golosamente asesinados
en los crepúsculos de la gran ciudad.
Antes de que las muchedumbres tristes de los metros
invadan el templo del Sol
definitivamente seducidas
por las noches de los trenes
es preciso marchar.
En lo alto del Faro,
viendo ir y venir
a las pobres gentes en sus navegaciones de un día.
En lo alto del Faro,
contemplando el abismo de las criaturas y el vértigo de los astros.
En lo alto del Faro,
escuchando llegar a los rostros futuros
y oyendo en lo hondo de las aguas las voces de los muertos.
Sed antigua abrasa mi corazón de lentitudes.
En música y llanto mi ubre roída de pastor.
Tumbas de aguas y sueño,
soledad, nube, mar.
Doncellas en flor, cementerio de estrellas,
cuadrúpedos hambrientos de paloma y de espiga,
en náusea y en fuga de amargos pobladores oscuros,
mineros desertores de la luz insaciable.
Hermanas Estrellas:
¿Me escucháis?
¿Oís el palpitar de mi ardiente manantial tronchado
indagando su fervor de precipicio
en este planetario estío
de hermosura sin faz?
Vosotras, mis hermanas mayores:
¿qué sabéis?
¡Decidme! ¡Habladme del sentido del abismo
todo futuro sido en el espacio curvo…!
Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
sonámbulo siniestro y solitario
a través de una larga noche sin consuelo
van y vienen y van
los sucesos las olas los peces de tu alma
quién te dará su alivio
atormentada senectud en vilo?
quién
adónde
eres tú mismo?