El frío
de un terrón de azúcar
en la lengua de una taza de té
de un pan que salta
en rebanadas sangrientas.
El oficio de lavaplatos,
las genuflexiones
y las manos que todavía
se sumergen
con cierta cordura.
Poemas de Damaris Calderón
A mi madre
Mueres de día. Sobrevives de noche.
Paisaje de guerra
de posguerra
paisaje después de la batalla.
Piedra sobre piedra donde sólo se escuchan, en la
(noche a los gatos,
a las parejas de amantes que no tienen dónde meterse,
chillando.
Cuando vio La Habana en Roma
la miseria de La Habana en Roma
no pudo seguir lactando
de las tetas de la madre de Remo.
Luego reconoció a Roma en La
Habana del paleolítico inferior.
San Petersburgo
París
La Habana
Roma,
las alucinaciones son reales.
Los segadores
tienen una rara vocación por la simetría
y recortan las palabras sicomoro,
serbal, abeto, roble.
Guardan las proporciones
como guardan sus partes pudendas.
Y ejercen sin condescendencia
el orden universal
porque el hombre
-como el pasto-
también debe ser cortado.
No,
el cielo no se tiende
como un paciente
anestesiado
sobre la mesa
El paciente
en su camilla
anestesiado de sí mismo
no mira al cielo
espera
el corte
el bisturí
que haga saltar al potro de su infancia
y las canciones natales que volverán
con las agujas hipodérmicas.
En el terminal de ferrocarriles
sentada con mi madre
dos girasoles sobre el asfalto.
Su mano borra todo sucio paisaje.
Nunca he comido sino de esa mano
nunca
sino de ese fruto macerado.
Me enseñabas un sendero
para que no me extraviara.
En el hueco
de la mano
como un pájaro
el miedo hace
su pequeño nido.
(¡Hay que rezar por la casa sin sueño!
¡Y rezar por el fuego en la ventana!
Marina Tsvietáieva)
En la casa sin sueño
el jadeo de un pecho
puede simular
la respiración de una hoja
que se pudrirá contra la ventana
como una noticia venida de lejos
cuando ya no hay tiempo.
El combustible
(o la falta de combustible)
hace que los muertos
en la muerte
vuelvan a tener una vida gremial
cuyo correlato heroico será
que sin la carreta rural
(ni la alegórica)
serán sacados de sus fosas
y quemados en una pira común
que intentarán descifrar otros bárbaros.
Cuando te quedas,
Lidia,
más desnuda que estas paredes
yo siento miedo
de ser una mujer.
Tengo feroces dientes carniceros.
Comiérame tus ojos,
tus rodillas.
Cuando veo un sauce que se agita
no me acuerdo de Safo,
pienso en mí.
El viento entra
por los huesos
una flauta
una cañería de desagüe.
‘Podrían tocar
toda la noche
y pedir
durante tres generaciones.
Si se le mira de cerca
no están hechos
para el trabajo
y ostentan su miseria
en carteles escritos
en lengua ajena’
Los rumanos
de los campos
de concentracíon
(y los otros)
escaparon
Sobre mí
crecerá
la yerba
que pisotearán
los caballos
de Atila.
Es inútil buscar la
Ursprachen
(no quedan lengua
ni madre).
Columnas de inmaterialidad
sólidas como un dios.
Estos huesos no hablan alemán.
Una ciudad atravesada por un río
una mujer por su hombre
una garganta por una espina.
Mapocho vertical
donde desembocan el Sena y el Aconcagua,
el Nilo y el Almendares,
¿el camino de bajada es el mismo?
Los pájaros picotean con fruición
las cáscaras de plátanos
y los cuerpos ahogados.
Yo, Humberstone,
hijo de un modesto empleado de correos
y nieto del Director de la Banda de Guardias Escoceses,
llegué aquí a hacer la América.
Yo, un oscuro químico
lustrado ahora por la sal,
inventé esa ficción: el pampino:
cruce de animal soñador necesitado con nativas de la zona.
He llegado con mis maletas en desorden
-no me espera nadie.
Mis pies son dos extraños
los he arrastrado como perros.
Un paisaje sangriento
sostenido apenas por la escarcha.
Todo perdido.
Tengo 34 despiadados años
manos para amputar lo necesario.