Lengua del mal, guijarro de la muerte…
Sara de Ibáñez
1. Brasa en la llaga, sal en cada herida,
sombra en el sol, carámbano en el fuego,
río de luz que fluye en ojo ciego,
brújula encandilada y confundida.
Vas en mis venas como va la vida
en el ardor oculto que trasiego
y afirmas en mi pecho lo que niego
con la voz traicionada y malherida.
Vas en esta palabra renacido
con una decisión de ser tan fuerte
capaz de hacer arder hasta el olvido.
Y yo, que renunciara a retenerte,
me abandono en el cauce de tu oído,
lengua del mal, guijarro de la muerte.
* * *
2. Su navaja de pluma corta el viento,
pero sus ojos glaucos, amorosos,
besan los tuyos mudos y gozosos
de arder sin fin en tan feliz tormento.
No se escapan del labio voz ni aliento
de no dar cuenta del amor medrosos,
mas pueden piel y tacto codiciosos
aprisionar la magia del momento.
En el dulce minuto sin ceniza
vibra con cuerda oculta el tiempo quieto
olvidando en la carne cauce y prisa.
Y logra el beso conquistar el reto
que en la piel fugitiva se eterniza
con la finura de un puñal escueto.
* * *
3. Abierta herida, abierta en el costado,
más denostada cuanto más querida
por unir gozo, muerte, llanto y vida
en manantial sin pausa derramado.
Fuego fecundo, instante congelado,
vas navegante en permanente herida:
la voz renace cuanto más transida
y el canto vibra del dolor alzado.
Busco tu corazón, fiel enemigo,
con la palabra en que al olvido reto,
con la ilusión con que al amor bendigo
y en vano intento mantener sujeto
el don con que en tan dulce y cruel castigo
me rozó la cintura tu secreto.*
* * *
4. ¿Quién arde en ti, chiltota, quién te hiere?
¿Quién tuerce el derrotero de tu vuelo?
¿Quién te regala el llanto y el consuelo?
¿Quién hay que de tu canto se apodere?
¿Quién abandona el trino, quién lo quiere?
¿Quién alimenta su tenaz desvelo?
¿Quién eleva sus alas hasta el cielo
y salva a la ilusión que desespere?
Encuentras el desdén, gesto vencido,
rota la fe, sin fuerza el ala inerte,
en el páramo frío del olvido,
Y vas, confiada al rumbo de la suerte,
sin mí, que doy tu cielo por perdido,
y consumí la luz por comprenderte.
* *
5. Gracias te doy porque enjugaste el llanto,
gracias por el abrigo de tu alero,
por ser recodo grato en el sendero,
y miel en la amargura del quebranto.
Tu caricia escondida va en el canto
y tu luz me ilumina en el lucero.
Aunque te vayas, queda prisionero
en esta línea un trozo del encanto.
Gracias, amor, porque por fin viniste,
por la breve ilusión que me trajiste,
por el gozo en el vértigo secreto.
Gracias te doy aun porque pusiste
en mi sonrisa con tu beso quieto
color de sangre anclada y viejo abeto.
* * *
6. Si me engañé, bendito sea el engaño,
benditos sean el beso y cada herida,
bendita sea la carne conmovida
y la fe naufragando en gesto huraño.
Benditos sean el día, el mes, el año
cuando la fiel promesa fue cumplida;
bendito sea el sueño y sea la vida,
el dolor, la caricia, el gozo, el daño.
Bendito lo que aprendo, lo vivido,
lo que recuerdo, lo que al fin despierte
en mí, lo que salvé del río hundido.
Me enfrenté cara a cara con la muerte
y aunque luché y viví a brazo partido,
mi garganta no pudo contenerte.
* * *
7. En la distancia estás, pero presente
sigues en mí. Tus ojos no se han ido.
Fijos, me dicen: “Calla. No hay olvido.
Te engaña el viento, el horizonte miente”.
Estás aquí, debajo de mi frente,
cerca del corazón y su latido.
Tu aliento va en mis venas escondido
como un secreto, generoso afluente.
En la ceniza está oculta la brasa
y el fuego en cada pecho que suspira,
que el gozo besa y que el dolor traspasa.
Déjame, amor, al menos la mentira
de este espejismo dulce que no pasa
como un leopardo de humo que se estira.
* * *
8. Quemé la luz, fui miel en la dulzura,
gota en la lluvia y llama con el fuego,
aroma en cada rosa, instante ciego,
y nardo que dio envidia a la blancura.
Fui sombra en la profunda noche oscura,
silencio en la raíz, raudo despego,
y al fin a tu distante orilla llego:
roto el timón, la brújula insegura.
Al borde de tu barba se me queda
detenida la voz, mudo el acento
como el viajero exhausto en la vereda.
La caricia que tejo y que alimento
se apaga en una suavidad de seda
hasta morir hilada por el viento.
* * *
9. Mi ciega luz, mi vértigo secreto,
mi larga y venturosa travesía,
mi explorada, bendita geografía,
mi ruta circular, mi viaje quieto.
Eclipse de la voz, fuego indiscreto
que cumple prodigiosa profecía,
da lumbre al sol y claridad al día,
sombra a la noche, a la ilusión objeto.
Da sed al agua, filo al malherido,
paz a la angustia, a la inquietud urgente
reposo dulce, albergue bendecido.
Y derrama en tu beso ese torrente
que llevas en el pecho contenido
y en la sonrisa encubres, de repente.
* * *
10. Un hombre es lo que hace, lo que ama,
lo que pinta su voz con el aliento,
lo que construye su palabra al viento,
lo que desde sus manos se derrama.
Lo que florece en tierra o en escama,
lo que da al mundo desde el pensamiento:
trigo y harina, masa y alimento,
la letra impresa, el fruto en cada rama.
Un hombre, sobre todo, es el reflejo
del instante fugaz en que respira
el aire que lo va poniendo viejo.
Un hombre es esa imagen que suspira
cuando por fin descubre en el espejo
un ángel sosegado que se mira.
* * *
11. Una mujer armando el paraíso
sembrando esa verdad en cada herida,
rescatando la brasa consumida
y el incendio en el vientre del granizo.
Viviendo libre, sola y sin permiso,
indiferente al miedo, convencida
de ser cauce fecundo de la vida
y fiel depositaria de su hechizo.
Una mujer que sabe y reconoce
por igual lo que piensa y lo que siente,
que abraza cada pena y cada goce.
Una mujer que reta a aquel que intente
colocarla en el centro de la ira
a arder los pies sobre incendiado puente.