Ahora ya está la brisa por el aire dispersa,
con las manos hundidas en los árboles;
pero en aquel momento se había ido tan lejos,
que era como si no existiese memoria de su nombre.
Todo el silencio estaba caído por el mundo;
la tierra misma no era sino una gota de silencio.
Los segundos del sol bajaron a beber aguas muertas
donde nacía la inquietud de unas horas futuras,
prontas a alzar el vuelo con las palomas de la tarde.
Aquel minuto se extendía sobre las ramas inmóviles,
abriendo una luz sin ecos, ni cantos, ni nada.
El silencio perfecto de lo que va a surgir y aun se detiene.
Ancha campana de cristal para la luz del mediodía,
que viene limpia desde su nido alto
a florecer en una exacta rosa de doce pétalos.