Tu júbilo, en el vuelo;
tu inquietud, en el aire;
tu vida, al sol, al aire, al vuelo.
Qué pequeña tu muerte
bajo la luz de fuego vivo.
Qué serena la gracia de tus alas
ya para siempre abiertas en el libro.
Tu júbilo, en el vuelo;
tu inquietud, en el aire;
tu vida, al sol, al aire, al vuelo.
Qué pequeña tu muerte
bajo la luz de fuego vivo.
Qué serena la gracia de tus alas
ya para siempre abiertas en el libro.
Tú no sabes, no sabes
cómo duele mirarla.
Es un dolor pequeño
de caricias de plata.
Un dolor como un árbol
seco por la mañana.
Un dolor sin orilla
para dormir el agua.
Un dolor como el rastro
de la nube que pasa.
Ahora ya está la brisa por el aire dispersa,
con las manos hundidas en los árboles;
pero en aquel momento se había ido tan lejos,
que era como si no existiese memoria de su nombre.
Todo el silencio estaba caído por el mundo;
la tierra misma no era sino una gota de silencio.
Desde la nieve convertida en agua,
desde el sucio periódico sin dueño,
desde la niebla, desde el tren hundido
con sus cientos de manos que buscan asidero;
desde la fantasía de los anuncios luminosos
y el ruido sin piedad de las bombas de incendio;
desde la noche que nos cae encima
-losa de cielo sin estrellas-;
desde cada momento perdido entre las calles
donde todos los solos del mundo pasan desconocidos;
desde el árbol sin hojas y el camino sin gente,
otra vez, como ayer, como mañana,
acaso ya como todos los días que vendrán, si es que vienen,
entro al silencio.
Que está más alto Dios lo sabes
tú por el fervoroso pensamiento,
aquí, vacío de palabras
y casi ya vado de recuerdos.
Alma de paz que al cielo de la tarde
subes en brazos del silencio
cuando se asoma débil entre nubes
un sol amarillento.
Quisiera haber escrito más, pero no pude.
Lo escrito escrito está. No me arrepiento.
Hubiera Dios querido, lo que siento
dentro de mí, como una espina, al viento
pudo salir, fuerte de luz, de verso lleno.
Pero no pudo ser.
Sí, se te pone un nudo en la garganta
y no sabés que hacer para soltarlo.
Tal vez llorar es bueno,
pero tal vez eso no basta.
Porque si lloras te saldrán los llantos
con un gusto de amargo sentimiento.
A Cintio Vitier
A veces se la encuentra
en mitad del camino de la vida
y ya todo está bien. No importa nada.
No importa el ruido, ni la ciudad, ni la máquina.
No te importa.
Los pobres en amor, qué pobres somos.
Ya ni la tierra nos parece hermosa,
ya ni la noche, ni la tarde clara,
ni el árbol, ni la flor nos enriquecen.
¿Qué nos da de calor la mano abierta,
de compañía la callada estancia,
del piano la voz desvanecida,
de la luz el brillar, de la presencia
el hálito fugaz que se evapora?
Si no me falta nada. Si estoy bueno.
Si hay sol con frío por el aire.
Tengo cariño a mano. Mas no tengo
el que dentro de mi tener querría.
Es tranquila esta paz, pero me duele
con un vacío que no tiene nombre.
Como no sabes lo que pasa
te parece la noche más oscura
dentro del vaso de cristal
y ya no tienes miedo
a que salgan los sueños a morderte,
que están seguros en su puesto.
Como no sabes lo que pasa
no quieres ver lo que te ronda
sobre el giro del día
y ya no temes ni la flecha,
ni el color, ni la llaga
de la luz que nos pesa.
Desde la nieve convertida en agua,
desde el sucio periódico sin dueño,
desde la niebla, desde el tren hundido
con sus cientos de manos que buscan asidero;
desde la fantasía de los anuncios luminosos
y el ruido sin piedad de las bombas de incendio;
desde la noche que nos cae encima
losa de cielo sin estrellas;
desde cada momento perdido entre las calles
donde todos los solos del mundo pasan desconocidos;
desde el árbol sin hojas y el camino sin gente,
otra vez, como ayer, como mañana,
acaso ya como todos los días que vendrán, si es que vienen,
entro al silencio.
No volver a soñar más que en lo mismo
para tejer el hilo de los tiempos
que tal vez fueron milagrosos.
O acaso no existieron,
sino en la mente de quien los pensó.
Ese arrullo que escuchas
no es el del mar de entonces;
aquel calló con las ausencias,
o bien se hundió lejano
y se perdió en la espuma de otros mares.
Habréis de conocer que estuve vivo
por una sombra que tendrá mi frente.
Sólo en mi frente la inquietud presente
que hoy guardo en mí, de mi dolor cautivo.
Blanca la faz, sin el ardor lascivo,
sin el sueño prendiéndose a la mente.