Fue testigo el viento
y cinco noches cabalgadas
del único rincón de tus entrañas.
Tal vez del sudor de las simientes
vertidas de tu sexo.
Fue testigo de las cifras
definidas por la historia.
Sabe bien el viento
de amores en la orilla,
sabe que… además
hay almas que se pierden,
que hay almas que tumban las promesas,
que recorren los caminos
sin sustancias ni alegatos,
luchas ni promesas.
Pero al viento no le agradan esas almas,
es por eso que reía al vernos pasar,
cuando advirtió que las nuestras no eran de aquel modo
que se pierden en lloviznas.
Y así se hizo testigo de los días,
de palabras pronunciadas.
Se hizo testigo — quizás — de nuestras sombras,
de la forma de amar en pleno llanto,
de tumbar el mundo en nuestra espalda.
Y fue así que nos amamos,
como si se deshojaran las nostalgias,
vestidas y sin ropas… de cabeza…
con todas las manos y las piernas,
con las tres mil bocas implacables,
y la certeza
y la voz
y todo el cuerpo.
Pregunte alguien si es que tiene dudas,
que pregunten pues,
fue testigo el viento.