Éste que sale del baño no soy
el que entré en la regadera.
Era otro. Tenía un topacio en cada ojo.
Venía de ver la verdad escueta
y la trenzada hilatura de los sueños.
Era un yo mismo mucho más potente,
capaz de salir de sí, de su piyama
y ponerse en la tierra de los otros,
con la mirada interna del que sueña
extendida a la vista de todos,
a tomarse su jugo de naranja.
Estaba concentrado y seguro
en el aspecto, en el sudor,
en el espíritu redondo y sin espinas
y esta serenidad me daba luz
para andar sin tropiezo entre alegrías.
Ahora en cambio estoy desnudo,
rasurado, indefenso, con corbata,
con el chanel que pone en evidencia
mi indefensión total.
Cualquier poema que pudiera asomarse
durante este desayuno de trabajo
me tomaría en rehenes el músculo del corazón,
el tiempo laboral,
las promesas que hice,
los deseos,
el vuelo de los sueños,
y el otro,
el que fui de verdad antes del baño.