I
Cuerpo, soledad, fantasma mío,
hoy descubro que existes y eres hermoso.
Has alcanzado el esplendor de los antiguos imperios
y contemplo pájaros y peces
que vienen a morir a tu orilla.
Buenas noches, la ciudad está temblando en ti.
No sé si es mía esta fragilidad, si es dolor,
o si es el sabor dulce de los muchachos
que llegaron tardíamente.
Habrá veranos, vendrán palomas otra vez
sobre el arco de tu espalda.
Cuerpo mío, frontera donde mis semejantes
se pudren y festejan
te regalo a las cámaras fotográficas,
a la luz, a los ojos que quieran contemplarte;
me deshago de ti, me burlo
porque no sabes conducirme
más allá del momento donde estoy
contradiciendo, hablando con los dioses.
En ti entran los forasteros, ladrones
que miro con cierta repugnancia y placer.
Ya estás repartido, ya no existes,
eres sólo una libélula revoloteando sobre el fuego,
una flecha señalando la oscuridad
hacia donde vas a partir
y en la cual te contemplo, a contraluz,
aún hermoso,
trampa donde se viene a mori
II
Cuerpo que todo lo presientes, todo lo anuncias,
pugnando,
estorbado en la fiebre,
en el delirio que te estremece,
en tus oscuras selvas.
Fingiendo, temblando
en medio de una dulzura que te quiebra.
Memoria de una bestia feliz
resbalando,
resbalando.
Hermoso,
ardiente en el incendio del mediodía,
humillado en la noche que te pudre.
Irremediable como un surtidor.
Oh, cuerpo en que penetra
el espejo radiante del vecino,
el aroma que trae el aire
desde no sé qué horizonte o abismo
cómo asusta
la serena armonía de tu luz.
III
Aquí, ¡qué extraño!, está mi cuerpo: insólito, pueril. Ha servido para que el tiempo se apasione y borde sus caprichos. Agadecido, convoca y celebra el deseo ciego en su idioma de pérdidas y deriva a las cabriolas de la imagen porque no es partes sino un órgano solo, un cuerpo habitando un lugar y un espacio, sintaxis de la vida, gracia de lo breve y efímero. En su belleza tranquila, grave, afiebrada, la vida es una y la muerte múltiple y pasmódica y después definitiva. Casi marginal de tanta pobreza ha conocido la sarna, la ladilla, los tugurios a que lo arrastraron otros cuerpos donde no van los reyes ni las reinas.
El hambre de los días difíciles le volvieron débil y oscuro como una mazmorra, solo esa fuerza sutil del presidiario que habla con sus extraños conocidos sotienen sus paredes marcadas por una humedad que corroe y se desploma. Aquí, como tantos, que hoy son bendecidos bajo el agua olorosa o estan pudriendo bajo la tierra.¡Qué extraño!, entre tantas cosas eres elegido, el que vibre, muera y renazca, el de la materia destructible cuya caída fatal es sólo una breve ceremonia donde se celebran las infinitas posibilidades de la vida.