Mi madre hace barquitos de papel
y me recuerda que de niña
los poníamos sobre la zanja para verlos perderse.
Mientras dobla los papeles me comenta
«parecen de verdad»
y los va colocando en las aguas
¿tranquilas, tumultuosas?
Mi madre hace barquitos de papel
y me recuerda que de niña
los poníamos sobre la zanja para verlos perderse.
Mientras dobla los papeles me comenta
«parecen de verdad»
y los va colocando en las aguas
¿tranquilas, tumultuosas?
hazle a este hombre de perdón
una herida más honda que la soledad.
Reviéntale los ojos que le sirvieron
para ignorarte.
Paul Eluard
Liviana como un pájaro
danzo bajo la tormenta.
La noche y sus manos pasarán otra vez por mis ojos
con la misma vehemencia con que canto.
A Marcel Proust
¡Oh!, Marcelo, soy una desterrada.
Los heliotropos de mis ojos
están sobre la tierra para podrirse,
para que vengan los gusanos de la muerte.
Mi espalda es divina y mi sexo conmovedor,
tiemblo ante el roce de una mano
como una gota de agua
en el parabrisas de tu coche.
No eran de viento los molinos, Sancho,
sino de tiempo.
Ha sido desigual la pelea, tan difícil,
las aspas giraban hacia arriba, indiferentes,
y yo minúsculo abajo, en su sombra.
Eran de tiempo, Sancho
grandes conos erguidos y en la cima
un remolino indescifrable.
I
Cuerpo, soledad, fantasma mío,
hoy descubro que existes y eres hermoso.
Has alcanzado el esplendor de los antiguos imperios
y contemplo pájaros y peces
que vienen a morir a tu orilla.
Buenas noches, la ciudad está temblando en ti.
Estamos en la orilla de la playa, tú me ignoras, seguro, porque estoy aquí. No veo caracoles, restos de la resaca que el mar arrastra y nos deja para convencernos de nuestra fragilidad. Estás tan feliz. Juegas. A los cinco años el mar era para mí la espalda de mi padre, sus manos fuertes sosteniendo mi estupor y la transparencia de un agua que ahora me asfixia.
Siempre que las estrellas fugaces se desprenden
hacia esa otra noche
húmeda y lejana entre nosotros,
busco, rápido en mi memoria
aquel deseo
que sólo en su fulgor se realizara;
pero pasa en un tiempo tan veloz
que apenas alcanza para alertar los sentidos,
y maldigo luego mi pereza
y quedo pensando
cuál es,cuál será ese deseo,
el imposible,
que quisiera cumplir
por encima de todos mis deseos.
Mi hijo, digo, es el tesoro más grande de mi vida, y saltan estrepitosos los animales que mi madre descuartizaba feliz para que nosotros dijéramos éste es el vino seco y el comino, la hoja de laurel victoriosa que entrará a los canales de la sangre.
Mirábamos las láminas en los libros infantiles
y queríamos un castillo, sus nubes azules,
el canal atravesando el jardín
y su puente.
Queríamos los trajes
-tan fáciles de trazar sobre el papel-
Queríamos conocer las ciudades
sus colores de relente.