El caracol

Cuando la brisa barría apenas
las nieblas grises de la mañana
y al arrastrarse por las arenas,
con sus espumas como azucenas
jugaba, en sueños, la mar cercana,
junto a la choza de sus mayores,
se despidieron los pescadores.

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El lanzamiento

De pronto, en pleno día, cual si hubiera
caído ya la tarde, la montaña
paró de resonar… Bajó la fiera
del monte. Despertóse la alimaña
rondadora y el último gemido
del viejo roble herido
por las rústicas hachas, rebotando,
naufragó en el silencio… Se diría
una inmensa embriaguez, o la agonía
de una madre común… Labriegos mudos
corrían por las sendas, sollozando,
con sus hijos a cuestas.

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En el fondo del lago

Soñé que era muy niño, que estaba en la cocina
escuchando los cuentos de la vieja Paulina.
Nada había cambiado: el candil en el muro,
el brasero en el suelo y en un rincón oscuro
el gato, dormitando. La noche estaba fría
y el tiempo tan revuelto, que la casa crujía…
Se escuchaba a lo lejos ese rumor de pena
que sollozan las olas al morir en la arena,
y a intervalos más largos esos vagos aullidos
con que piden auxilio los vapores perdidos.

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Piedad

¿Qué es ingrata la tierra? ¿Qué es ingrata
y es cruel la humanidad en que te agitas?
¿qué no acoge tus ansias infinitas
ni se angustia el duelo que te mata?

¿Qué no hay vuelo de tu alma que no abata
su maldad?…¡di, más bien, que son malditas
tus ansias infecundas y tus cuitas
y esa loca ambición que te arrebata!

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Tienen las capuchinas

Tienen las capuchinas
una campana,
colgada de una viga
desvencijada;
laúd de mal agüero,
que sólo tañe
cuando las capuchinas
se mueren de hambre.

Cuando a la media noche
su voz resuena,
la misteriosa esquila
no pide, ruega…
Ruega, y con tanto acierto,
que al otro día
ya no se mueren de hambre
las Capuchinas…

¡Cuántas almas hambrientas,
abandonadas,
cruzan por nuestras calles
sin ser notadas!…
Es que nunca han tenido
las pobres almas,
como las Capuchinas
una campana;
un esquilón de hierro
que al mundo advierta
que ya se mueren de hambre!

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