Duele que el mar, sitiado por la arena
renazca en cada aurora y cada espuma
y que la ausencia de la flor asuma
en nuevas rosas su verdad mas plena.
Duele que el luto que la tarde estrena
resurja en cada sombra y cada bruma
y que, perenne, el llanto se resuma
en las resurrecciones de la pena.
Duele que el tiempo tome, sin medida,
a dar frescura al corazon inerte
de la naturaleza estremecida.
Duele que todo hacia la luz despierte,
menos la soledad de nuestra vida
que va a la sombra, al polvo y a la muerte.