Finalizó en silencio mi poema de amor,
y no hubo ni ruegos, ni desconsolación,
¿Por qué?… Me está sonando a hueco el corazón.
Sólo quedó en mi espíritu, enfermo de dolor,
El eco agonizante, suspenso, de una voz
Que se fue modulando esa suave oración
Que reza por el alma de aquello que pasó…
Voy sintiendo como, de nuevo, mi cadáver
Torna a ser el paciente conductor de mi carne.
Mi carne que, cansada de errar, no puede más
Con el peso espantosos de mi conformidad.
(Oh, las rutas eternas… oh, el martirio obsediente
de llevarme yo mismo, de sentir que soy alguien)
el alma sabe como va agonizando el alma,
porque a través de sus calles imaginarias
mira hacia atrás hacerle muecas la juventud
riendo sobre la tapa negra de su ataúd…
¡Oh, el daño de la terca lentitud con que marcha
la procesión de las cosas que se va a la nada…!
Adoro el frío trágico que brota de mí mismo;
Y en tanto caminando voy por el laberinto
Silencioso y sombrío de mi mundo interior,
Gozo escuchando atento el ruido macabro
Con que van derrumbándose, en feliz descalabro,
Las virtudes que en mi alma puso, irónico, Dios…