Entre ruidos y signos electrónicos
caminaste bajo el talco del tiempo.
Tu mascarilla fue teatro sin espectadores,
pusiste flores para alegrar la mesa,
pero en tu casa había muerto la historia.
Solo,
terriblemente solo
te arrastraste como un robot desorientado,
leíste con avidez los símbolos
y la computadora bestial de tus programadores
repetía: ‘Para la soledad motel’,
‘Para la angustia diez grageas’.
Cansado de divagar
y de ensuciar el recuerdo de tu hembra,
mediste el triángulo de su paciencia.
Sentiste odio contra los códigos
y todos aquellos oráculos
que te envilecían el cerebro.
Harto de soledad
buscaste a Dios al final de tu imagen,
las estrellas te hablaron de un Creador
y le alabaste,
el pájaro y el alba
te devolvieron la libertad y el canto.
Bajo tus pies quedaron la mascarilla
y los signos electrónicos.
Te convertiste en el escriba de otra historia.
¡Shalom! hermano.