El país del exilio no tiene árboles.
Es una inmensa soledad de arena.
Sólo extensión vacía donde crece
la zarza ardiente de los sacrificios.
El país del exilio no tiene agua.
Es una sed sin límites,
sin esperanza de cercanas fuentes
o de un sorbo en el cuenco de una piedra.
El país del exilio no tiene aves
que encanten con su música al viajero.
Es desierto poblado por los buitres
que esperan el convite de la muerte.
Alza el viento sus torres deleznables.
Sus fantasmas de arena me persiguen
a través de la patria de la víbora
y de la zarza convertida en fuego.