El sol nace en tu ingle,
eleva con su esfuerzo
de dios pequeñito
la torre de tu cuerpo,
grave como él, y leve.
Su puño dorado
va erigiendo tu pene
(envidia del arcángel
sin sexo a que atenerse)
hasta alcanzar la punta
de labio donde endulzas
tu gota de varón
y la sostienes,
la amarras como un barco
resuelto en la simiente.
Me marcarás un eco en la matriz.
Seré la lluvia, algo que inventaré
durante el vuelo
asida a tu entrepierna.
Y así, ¡qué paz de mar
con que bautices
el vaso de mi entraña!
Tu sol. Tu sol. Tu sol.
Mi pozo negro.