Hemos conocido vicisitudes de doble filo
aguas donde bañarse era imposible
tiempos de amor con un fondo blanco
y una ternura por mirarlo todo
que nos daba respuestas equivocadas
por eso me dirijo a ti. La mujer
que hoy piensa y siente a la vez
parece perturbada por la situación
y resbala entre recuerdos donde el amor
era la invención sublime de ser dos.
Poemas de Concha García
Soy César: Un traje gastado, dos corbatas,
va a llegar noviembre como dije
en un poema. Un tragaluz
me pone sombras y soy una mancha
que nació sobre una silla. «Me
doy contra todas las contras», un día
me gustó el olor a manteca, el
dormitorio usado, la palangana sin brillar
y se metió una mosca en mi cuarto
mientras buscaba el origen de mi felicidad.
Desde la sala de estar
porque en algún lugar tiene que situarse una
o en alguna parte, a veces
en la sala, otras en un recuento
de días y noches como bolas mágicas
sin contenido especial
bolas redondas y chatas en los extremos.
Días en los que vivir parece una tabla
que apuntala una ciudad, y luego
querer tomar café. Qué clase de correcta
inarmonía duele al desechar los azucarillos.
Un mundo en los dedos y un mundo
más hondo y desgajado que no late
en la mirada de nadie.
Cada año me convierto en un grupo de personas
que se disuelven en una calle peatonal,
los días dos de enero veo esparcirse
un trozo de mi alma
que yo contemplo apostada en una esquina
buscando en las grietas de la pared
una especie de recuerdo como de ventana
caída.
Se van.
Hacen cloc clac, como si chocaran.
Crujen dentro y fuera del agua,
están en otra parte: vuelan.
No hay números infinitos
sólo los que dividen unidades.
Mi mejor chaqueta para el espectáculo.
Tú estabas más vieja.
Todo lo que dice bordea el asunto.
Habla de tierra rara, de un hotel,
de varios obstáculos. Una mirada
complaciente casi le abraza. Llega
de un remoto trazo de letra. A cualquiera
no le escriben. Tengo miedo
de abrir los regalos, los dejo a la sombra
del mueble.
Podríamos incluso contemplar sin fastidio
ese amontonamiento de lo que ahora está bien.
Volver al deleite, anticiparse una vez más
a una especie de pérdida bajo las hojas
de papeles, en la cocina, los diarios,
la publicidad en el buzón, las hojas del campo,
y qué solos estamos cuando todo está bien,
qué pereza subir la escalera, qué rencor
de peldaños.
Mecánicamente asiste a donde debe ir
logra inclinar la cabeza, luego vuelve
una resaca, un pánico
ciertas bellezas.
Me da sorpresa bajar
por la ventura de mis emociones
porque para qué haber estado alta
si la fiebre la produce el recorrido.
Tengo un beso junto a la boca
y un tiempo para que dure
la sensación del beso que recibo
y la inscripción de la sinceridad.
No sé. Abro el buzón. Llegan
aquellas cosas mal puestas
en una silla o sobre ella.
Aturdirme de letras,
vivir tardíamente dos pasos
lo justo para intransitar lo cotidiano.
Verme en el espejo: sí, otro día.
Sí, son varios.
Alcanzar el absoluto tedio: designio y arcada
todo junto, los que sueñan son más astrales
que yo, no es preciso intuir ni saber, sólo
con el desliz de la mano hacia su cintura
me basta. Terquedad, frío, el hielo de la
noche de verano.
La cosa más profunda que he vivido
ya la he olvidado. Ahora sólo me importa
arreglar la ventana si se rompiera, o
limpiar los cristales. Todas las verdades
han sido un largo pronunciamiento sin fecha,
de pronto no recuerdo ninguna.
En esa, ciertamente, cansina mirada
un monólogo interior arde quemando los extremos,
se iza suavemente apagando paradojas
y, al final del trayecto, apunta una sola forma
la retina. Es brillante su punta, transparente
el cuerpo del objeto, lo llena de un líquido
blanquecino y lo mira ansiosamente.
Mirar la maravilla deletreando
un momento de ella, lo demás
ocurre sin sinsabor. Álgido
anochece muy enorme por lo que
tuvo de bueno. La vida se nombra
a veces. Un olvido también es
un sueño. El ocultamiento
me hace renacer, el oculto
carácter del brillo que sólo
se percibe intentando la felicidad.
De negro va, pero llega tardía
como siempre, es una imagen cotidiana
verla acercarse a las lindes de todo
como si el centro fuese un lado, y
teme mucho que la contradigan cuando
sin estar cobijada, el tiempo apremia.
Huir. Un vaso roto. Esquivar
al amigo de la yerba, los platos
de coñac, regalos, orfebrería
en baúles, tenazas de hierro
abundantes misivas, amontonar
largos caminos, ser la sed
en las rayas del labio, nótese
una humareda a lo lejos, una
impenetrable andariega.
Una pena repta por su ombligo. Ayer
ayer me dijo oblicuamente amor mío y
hoy, hoy tengo que ser áspera con la memoria,
enlazar las manos con ansiedad, tomar cafés,
hacerme cueva o nimiedad.
Tengo todo el instante resumido en un libro
y me abro de piernas para mentir:
la vida es un puzzle, preparo el potingue
de delicioso residuo y me congratulo con dios
muchas veces. Todas. A lo mejor me voy
poco espantada.
Es suficiente. Acaso se baste a sí misma
para luego parpadear. No la auguréis
de leve y poco mordaz, es una isla
de altivez escondida, un lloro breve.
La sabiduría del cabizbajo la tiene, empieza
tratados esculpiendo la letra y no ama
con destino, su amor es una sucesión
de sensaciones acunadas en un sueño
que preconiza.
Me ansía cuando se le seca la boca
bebiendo tragos, en los genitales le irrumpo
de mentira y se trajea con la tarde
que nunca vine. Meditando en montañas
de aguardiente elige cómo olvidarme.
Hora de ti bajando la escalera. No puede ser
que un labio sienta tanto desdén cuando mira
lo prieto que está sin quererlo. Me
abruma el rápido desliz con el que bajo
sintiendo la subida.
Dánzame. Es un día de curvas que se prolongan
al fragmentarse mi beso de saliva lluviosa
el trajín más artesano de la boca.
Esto que me parece flojedad es una oruga
que comprime como un rulo mi amor
por la distribución, que fuese inactiva
yo, me deja de parecer artístico. En pleonasmos
me repito siendo insólito el esquive.
Sí que es ser de día vestirme
cuando no tengo un sosiego enfrente
ni nada en el costado, chupada
de lástima voy vertiendo el traje
en mis brazos y lo encajo
como un sueño deseando un desnudo
más constante.
Raro debut de mi calambre.
Me costó la dicha saberla.
Me dijo panorama muy sancionadora.
Arrastré letargos y huecos días
mirándome las venas entre periódicos
releídos. Bajando la escalera del bar,
siempre con una enfermedad terrible
en mi soslayo recto.
Combar los pezones un poco soberanos
no me veta. Tampoco vadeo si surge
la bagatela. Me muero en pequeño,
casi de mentira, porque después soy como otra,
que se desarticula oceánica
y queda esparcida a modo de ápice.
Maldijo un cayado, ¡qué tonta!
por eso yo la tuve temblando
cinco noches. Sólo eso. Cinco
vómitos muy continuados,
a medida que la luz repetía
esa osadía esclarecedora.
Me conmovió tanta escalera,
tanto peldaño.
Y sus tacones.
No paseo. Ni ando. Voy a casa.
Cayó del monedero el bono-bus
y tengo cinco duros. Ni para
cerveza me queda. Te amé
escrupulosamente. Iba
a charcuterías y te invitaba
a cenar. Eso era una muestra
evidente de mi ternura.
Sentada es como si bebiera largos tragos de playa,
pócimas de tonterías y me cortase las uñas,
sin compañía. Es un cuento más, una residencia
cara. Piso el suelo con bocados de ansiedad
y me lleno de reliquias el cuerpo, salgo
asustando.