I
No me preguntéis por las cosas.
No ven mis ojos sino lo blanco,
la hoja en que transcribo una turgencia.
No ven sino lo que adivino, una
cándida luz, una esperanza.
Y de nada de esto
me dan razón las cosas.
II
Sólo un silencio nos llega de las cosas
que una vez nos colmaron. Cuando
volvemos a contemplarlas,
allá en el tiempo claro de la memoria,
nos hablan en silencio del antiguo
calor de sus maderas: sus texturas susurran
sin palabras
— nos preñan —
el motivo que una vez las preñara.
Y es como un grito ese silencio
que nos llega de las cosas,
cuando nuestros ojos acarician
calladamente
el escondido estupor de sus materias brutas.