Con el tiempo parece ir asentándose la rancia teoría de que
la permanencia es la forma,
condición inexcusable de ese silencio de cuerda tendida que
a veces se da.
Ser resulta repentinamente dañino a los muchos recuerdos.
Panteísmo para aquella necesidad con toda independencia de
quien,
imagen y/o reflejo,
la formaba.