En la playa de Giovanna Pollarolo

Mi hermana y yo jugamos paleta.
Pelota azul, raqueta de madera
en la arena, a la hora del crepúsculo.
Queremos tener calor para el obligado baño de la tarde
cuando la tarde es ya muy tarde.
Si no nos bañamos a esa hora
—lo sabemos desde niñas—
tendremos calor durante la comida
y no sabríamos sobrevivir el paso del día a la noche.
Manías, rutinas, costumbres.
Se trata
de transpirar.
Se trata
de no dejar caer la pelota de arena
por lo menos hasta contar cien.
Cueste lo que cueste.
Nos turnamos en el empeño:
a veces ella se esmera,
cuando se cansa, me esmero yo.
Así es el matrimonio, pienso,
mientras me estiro por encima de mi estatura
para responder el pelotazo
que envía
más allá de mi cabeza.