Escribir tiene espíritu de nada.
Hay que revolotear en el abismo
y cortarse las alas que uno mismo
tiende sobre su sombra alucinada.
Y caer desde nunca, desde cada
vértice en el perfecto mecanismo
del azar que celebra en su mutismo
la creación, esa fábula encarnada.
Y yacer en las márgenes del sueño
donde la realidad es un pequeño
pez que burla las redes de la aurora
y revuelve las aguas del pasado
donde Dios se contempla ensimismado
y padece la luz que nos devora.