Aída

La primera brasa que tuve
se llamaba Aída.
Tenía el pelo alegre
como un trigal sembrado en una perla,
y unos ojos de fiesta donde el cielo
nacía diariamente.

(Ella fué la culpable de que yo empezara
a escribir garabatos sobre las espaldas
de lejanas estrellas)
…los dos éramos hijos de mecánicos,
los dos éramos hijos
de esa clase de hombres sudorosos
que aman la paz y aman el trabajo
y que al acariciar manchan de grasa.

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Señorita, usted es la primavera

Señorita:
Usted es una primavera
total,
definitiva.

Si en la vida todo el mundo se pareciera a usted,
no existiría la miseria
ni el dolor, ni el hambre.
Los arados cantarían una canción de frutos y la tierra
—al sentir los pasos de la aurora
sobre su piel morena—
se despertaría llena de optimismo
y más deseosa de ser madre
de sonoros vegetales.

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