Nos reunimos para ver fotografías de ayer,
instantes que la ciencia
perdonó el olvido o el destierro.
Nos reímos del peinado que lucíamos entonces, de la excesiva
formalidad de nuestros gestos.
El tiempo se ha posado con rigidez
sobre nosotros.
Desde la otra orilla,
rostros acartonados nos observan
detenidos en la distancia de un espejo de alquimia.
Conmovidos por la nostalgia,
les damos derecho a que jueguen con nuestras entrañas
y alboroten, como niños, nuestro sosiego.
Al pasarte una a una las fotografías
observo cómo voy dejando sobre el papel
las huellas imborrables
de un asesino.