Para el placer y la muerte un solo instante,
si en ambas se abandona vigor y belleza
o se ejercita de igual modo el conocimiento
y la desolación de la naturaleza:
pues si la luz no arroja sombras,
de nada valen los relieves.
Poemas de Francisco Galvez
Un destello de amor
es la copa del brindis,
y el tacto una huella
en el fino cristal,
y el instante un brillo
húmedo, evanescente:
hoy lo revela todo
y mañana no existe.
Un momento sublime
sin contornos ni límites.
Tu voz parece de otro tiempo,
ya no tiene aquel tono cálido
de antes, ni la complicidad
de siempre, sólo son palabras
y su afecto es ahora discreto:
en tus mensajes ya no hay mensaje.
Salir de mí,
ir hacia los otros,
amanece y el aire aún es limpio,
sencillamente fresco.
Conforme avanzo el sol
se deja notar más,
no interviene en mi camino,
pero está ahí, entre mis pasos:
voy hacia los otros,
dejo atrás la música primera
de los pájaros,
y se incorporan señales
de un mundo elegido
y al mismo tiempo rehusado;
no llego a conclusiones,
no dejo hacer al pensamiento,
no niego, separo
el interior del exterior,
elijo la ola y la espuma,
el tono de ruido,
el momento del viento;
ahora que estoy afuera
pero voy por dentro.
Ni la hosca piedra ni el metal más noble.
Una hoja seca en las páginas de un libro
y un cuerpo envejecido nada esperan,
si el tacto ya no existe.
Sólo ver respirar el mundo
y en silencio escuchar la música
que una espaciosa nube le ocupa.
Es de noche, camino por el bosque sin rumbo,
pero no perdido, a los lejos veo una casita de invierno,
una ventana encendida y me acerco despacio:
no hay pesadas cortinas, una chimenea crepita,
parece Thomas de Quincey leyendo a Kant,
hay un libro inacabado, sobre la mesa
la vida misma, cotidiana y común,
y manos que abren puertas y los sentidos.
Sigo esperando tu llamada,
no me olvides ni dejes que transcurra
demasiado tiempo,
porque todo es fugaz
y se pierde el instante de las cosas.
Sigo esperando cada día,
contéstame y renuncia a este silencio
de pálidos mensajes,
porque acaban las horas
y el tacto que mantienen las palabras.
En las callejas del mundo
el lenguaje es sólo la mirada,
sin manos, es silencio, sin palabras
es la angustia con sus mil ojos.
En este momento estoy ausente,
pero puedes dejar algún mensaje
y te llamaré cuando vuelva.
Si eres el amor
llama más tarde, o tal vez otro día;
si eres la soledad
espera, pronto estaré contigo;
si eres el suicida
marca otro número, apenas queda tiempo;
si eres la muerte
elige otro destino, sólo soy una técnica;
si eres el pensamiento
abandona, este hilo no medita;
si eres la palabra
da la vuelta, aquí nadie te pronuncia;
y si eres una voz anónima
que llamas angustiada
en cualquier momento llegaré a casa:
habla después de oír la señal.
Susurra el árbol, la razón entiende:
nada es el norte o el sur sino aquello que
el corazón elige, ni el objeto
es el amor sino el amor
todo en sí mismo, porque viejo o joven
hermoso es el tiempo de la luz,
como natural es el paisaje
o por libre la voluntad es fuero.
Acompañar a un cuerpo dormido,
acariciar su piel mientras sueñas
en amar esos años prodigiosos
en íntima vigilia,
rememorar ese cuerpo secreto
de ojos dulces y causa ciega,
decir amor sobre sus largos cabellos
y recorrer audaz la línea divisoria,
sin transgredir su paz ni su silencio.
Mensajes, mensajes, mensajes
continuos de bienvenida o despedida,
medida de silencio diario,
tan pequeños, tan gigantes.
El mar mantiene su vaivén
variable, e invariable.
Miro las aguas espumosas
y luego transparentes,
suben y bajan en la playa,
se estrellan en las rocas.
En apariencia son uniformes
en su movimiento,
pero la diversidad reina
en todos sus gestos.