Cuentan que en las madrugadas de Barra de Panteones, las gaviotas picotean los ojos cansados de ver el mar.
Cuentan que entre las palmeras se escuchan voces que nunca escucharemos.
Cuentan que en las manos del enterrador hay una paloma ciega.
Cuentan que en las madrugadas de Barra de Panteones, las gaviotas picotean los ojos cansados de ver el mar.
Cuentan que entre las palmeras se escuchan voces que nunca escucharemos.
Cuentan que en las manos del enterrador hay una paloma ciega.
Quien evoca la palabra en el templo de Barra de Panteones, sólo es visible a los ojos que las gaviotas despedazaron.
En Barra de Panteones los recuerdos se pegan a la piel como aguamala
y faltan muchas cosas por nombrar.
El silencio apenas puede salvar la mirada.
Y las preguntas están en la boca de los muertos.
Uno puede decir que sí
que la palabra se abandona
cuando la convocamos
con la más ingenua de las intenciones.
Uno puede decir que sí
que es un signo un sonido que toma
su forma desde antes de despertar
y hasta puede uno decir
que el decir es un poder tan nuevo
como el bostezo de un niño a medianoche
y que decir es una lámpara
que alumbra sus expectativas.
Se levanta con un sueño entre las manos.
Dice que la palabra se reinventa al ser pronunciada
en la luz que concede la oscurana.
Y cuando le preguntan por la mirada,
responde que la palabra de Dios es el silencio.
En la palabra del día despierta la noche. Como quien se enfrenta a una serie innumerable de nombres que nada le dicen y todo le confían. Como quien mira su destino desde la escritura renovada del espejo. Como quien resiste en el desierto con una flor de arena entre las manos.
Hay una hoja en blanco y una nube arrumbada. La palabra es el intento y el día la frágil continuación de la esperanza. Atravesar el día a través de la palabra es una aventura que no pocas veces termina mal; atravesar la palabra a través del día, es un riesgo que comienza con muy malas esperanzas, aunque hasta ahora no ha vivido nadie para escribirlo.
Unos dijeron que no es más que el resultado de la casi desapercibida conjunción de los astros.
Otros, que es la memoria incendiada de una estrella.
Y hubo quien se atrevió a sugerir que era el resultado del choque entre un pájaro ciego y la sombra de un fugitivo.
Aquí está todo:
el humo a medianoche
la mano rencorosa de la soledad
y el olvido de agosto
Aquí está todo:
el transcurrir insomne de los vientos
la oración que quién escucha
y el sueño abandonado
Aquí está todo:
la común tinta del hastío
que despliega sus dones en la nada
antes que el alba
extienda sus dominios
y está el silencio
y está la voz la tuya dónde
renaciendo de los colores más opacos
*
El silencio es el reflejo más puro de la palabra.
*
La pregunta es irremplazable. A través de ella se establecen los primeros síntomas de la rebelión es decir, la incertidumbre. El privilegio de la pregunta es que cada vez que surge, lo hace a la par de la inconformidad.
*
Frente al mar, ayer es el eco de una sombra.
Frente a la sombra el mar es el eco de ayer.
Frente a la palabra el vacío.
*
Cuando amanece como si nada en los umbrales, el vuelo de la jaula es la palabra en el ojo del pájaro malherido.
Decía que:
en sus ojos el silencio es un pájaro abril de madrugada,
la espera es la abolición del instante.
Decía que:
una palabra es la revelación del signo que jamás alcanzaremos a descifrar,
la escritura es la tinta más endeble de su propia interrogante,
la noche aparece como una mera manifestación de entidades amorfas que se disipan al amanecer, y en ella el recuerdo es una paloma aleteando sus asombros.
Cuando el camino alargaba hasta dónde su aventura, y la nostalgia inventaba una forma más del desasosiego, sólo un deseo repetían los ojos del visitante: alumbrarme en tu cuerpo como si alguna vez hubiera en él resucitado.
Al norte hay niños que esperan la madrugada para ponerle una raya más al tigre.
Al sur, las nativas bailan descalzas sobre la arena, al mediodía.
Al este, la tarde es un bostezo que se consume a sí mismo.
Al oeste, el amanecer encuentra a los viejos con el libro sagrado entre sus manos.
A Mario Ibarra
Cuando nadie regrese a recordar la voz
de los instantes en el mañana
que encuentra su razón en la penumbra.
Cuando la voz no sea más
que la representación de un instinto
apacentando sus furores en las venas del crepúsculo,
y su eco retumbe
en labios que no han de pronunciarla de nuevo,
ha de volver cantando el aroma de un pájaro
y su largo oficio de oscurecer el horizonte.