Hundir la mano y extraer del alibabá cálido dátil;
quebrar al escupir su hueso el cascarón de escarcha:
nieto de musgo, opta por el fuego, huye del agua fría,
lanza desde la calle, por una ventana del palacio Pardiez, el
talismán redondo de tu suerte horrible
y echa a correr antes de que lo recojan.
Poemas de Gerardo Deniz
Duras son las bancas, y el profesor tampoco tan lúcido.
Con frecuencia se nota que improvisa. Que falsea
tradiciones, héroes, anatomías
para salir del paso. Y si se murmura en los corredores —
lo he oído —
que su papel es difícil, pues que se hubiera dedicado a
otra cosa,
corsario turco, por ejemplo, pintor de santos de alcoba
adulterina.
Como un alto vuelo blanco de garzas temprano se convierte
en inferior cometa a ras de lomo
sin grabar las vísceras que aflige la balanza,
así los pensamientos de un día con su noche
(a qué hora comenzará la carne a oír),
flores de dos esmaltes, son religiones hondas donde
dormita el riesgo
al murmurar: amoneda tu rostro y has de amanecer tirano.
Que ocupes una mesa frente a sillones obesos,
escribiendo con diez dedos más despacio que yo con cinco,
no es cosa que te perjudique, a decir verdad; tan
estragados estamos
Simplemente, consuma la transustaniación en los ene
pisos del ascensor
para que al llegar a la calle
hayas dilapidado ese tufo penetrante a eufíteusis,
fideicomisos, derechohabientes, cónyuges supérstites
y el número de hoy del Diario Oficial-
-vamos pues; no era para tanto.
Polvo. Detrás de la cortina, entre los equipajes,
tosió un Niño de diez años:
-Qué tos más desgarradora e incoercible- comentó acto
seguido con voz argentina.
Remontos aún los pinchos ya candentes de la ciudad
Declaró el maestro:
-No dudo de que este Niño, elapsando el tiempo preciso
para su formación,
alcance la soñada eminencia.