Vehículo de Gerardo Deniz

Polvo. Detrás de la cortina, entre los equipajes,
tosió un Niño de diez años:
-Qué tos más desgarradora e incoercible- comentó acto
seguido con voz argentina.

Remontos aún los pinchos ya candentes de la ciudad
Declaró el maestro:
-No dudo de que este Niño, elapsando el tiempo preciso
para su formación,
alcance la soñada eminencia.
Tendiendo los brazos a la cortina:
-Verás, Niño, cómo merced a un sincero afán de
formalización, usando kets y bras, los teoremas
fundamentales de la mecánica cuántica-

Los ocupantes de la carretera se fueron animando;
renacía la conversación, alicaída por horas.
Cada quien fue exponiendo con llaneza su punto de
vista. El occidente más cerca siempre.
Con la mandíbula descolgada hacia un lado;
el Niño asomó la cabeza para escuchar (cf. ‘enseñar
deleitando’).
Los últimos compases se perdieron entre el fragor de
las ruedas sobre la calle del Empedradillo.

-Toda ventana encendida sugiere una dicha. Un hogar
apacible y una familia numerosa, de ojos redondos,
sin blanco casi, mirándose unos a otros en silencio,
sentados en camisón malva a la mesa.