La canción tiene cuchillos
que hieren, hoy más que antes
-mil puñales asesinos
a los que no acusa nadie-
cuchillos que desde el viento
con el filo de la tarde
apuñalan la palabra
y entre estertores y sangre
dejan una que otra lágrima
(¡Eso no me lo arrebaten!)
cuchillos que se refugian
cobardes, en cualquier parte,
mientras en el aire crece la canción
con letras que son cadáveres.