Hora absurda de Fernando Pessoa

Tu silencio es una nave con todas las velas llenas…
Blandas, las brisas juegan en las flámulas, tu sonrisa…
Y tu sonrisa en tu silencio es la escalera y las andas
con que me finjo más alto y junto a cualquier paraíso…

Mi corazón es un ánfora que cae y que se quiebra…
Tu silencio lo recoge y quebrado lo arrincona…
Mi idea de ti es un cadáver que el mar trae a la playa…, y mientras tanto
tú eres la tela irreal en la que mi arte yerra el color…

Abre todas las puertas y que el viento barra la idea
que tenemos de que un humo perfuma de ocio los salones…
Mi alma es una caverna colmada por la marea alta,
y mi idea de soñarte una caravana de histriones…

Llueve oro mate, mas no en lo exterior… Es dentro de mí… Soy la Hora,
y la Hora es de asombros y toda ella escombros de ella misma…
En mi atención hay una viuda pobre que nunca llora…
En mi cielo interior nunca hubo una sola estrella..

Hoy el cielo es pesado como la idea de no llegar nunca a un puerto…
La lluvia menuda está vacía… La Hora sabe a haber sido…
¡Y no haber algo como lechos para las naves!…
Absorta en alienarse de sí, tu mirada es una plaga sin sentido…

Todas mis horas están hechas de jaspe negro,
mis ansias todas talladas en un mármol que no existe,
no es alegría ni dolor este dolor con el que me alegro,
y mi bondad inversa no es ni buena ni mala…

Los haces de los lictores se abrieron al borde de los caminos…
Los pendones de las victorias medievales no llegaron ni a las cruzadas…
Pusieron infolios útiles entre las piedras de las barricadas…
Y la hierba creció en las vías férreas con lozanía dañina…

¡Ah, qué vieja es esta hora!… ¡Y todas las naves partieron!
En la playa sólo un cabo muerto y unos restos de vela hablan
de lo Lejano, de las horas del Sur, de donde nuestros sueños sacan
aquella angustia de más soñar que hasta callan para sí…

El palacio está en ruinas… Duele ver en el parque el abandono
de la fuente sin surtidor… Nadie levanta la mirada del camino
y siente saudades de sí ante aquel lugar-otoño…
Este paisaje es un manuscrito con la frase más bella suprimida…

La loca partió todos los candelabros glabros,
ensució de humano el lago con cartas rasgadas, muchas…
Y mi alma es aquella luz que nunca más tendrán los candelabros…
¿Y qué quieren del lago aciago mis ansias, brisas fortuitas?…

¿Por qué me aflijo y me enfermo?… Se acuestan desnudas al claro de luna
todas las ninfas… Vino el sol y habían ya partido…
Tu silencio que me arrulla es la idea de naufragar,
y la idea de que tu voz suene a lira de un Apolo fingido…

Ya no hay colas de pavos todo ojos en los jardines de otrora…
Las propias sombras están más tristes… Aún
hay rastros de ropas de ayas (parece) en el suelo, y aún llora
un como eco de pasos por la alameda que velahí concluida…

Todos los ocasos se fundieron en mi alma…
Las hierbas de todos los prados fueron frescas bajo mis pies fríos…
Secó en tu mirada la idea de creerte calma,
y el ver yo eso en ti es como un puerto sin navíos…

Se irguieron al tiempo todos los remos… Por el oro de los trigales
pasó una saudade de no ser mar… Frente
a mi trono de alienación hay gestos con piedras raras…
Mi alma es una lámpara que se apagó y aún está caliente…

¡Ah, y tu silencio es un perfil de cúspide al sol!
Todas las princesas sintieron el seno oprimido…
De la última ventana del castillo sólo un girasol
se ve, y el soñar que hay otros pone brumas en nuestro sentido…

¡Ser, y no ser ya más!… ¡Oh leones nacidos en la jaula!…
Repicar de campanas hacia más allá, en el Otro Valle… ¿Cerca?…
Arde el colegio y un niño quedó encerrado en el aula…
¿Por qué no ha de ser el Norte el Sur?… ¿Qué es lo que está descubierto?…

Y yo deliro… De repente hago pausa en lo que pienso… Te miro
y tu silencio es una ceguera mía… Te miro y sueño…
Hay cosas rojas y cobrizas en el modo de meditarte,
y tu idea sabe a recuerdo del sabor de un espanto…

¿Para qué no sentir por ti desprecio? ¿Por qué no perderlo?…
Ah, deja que te ignore… Tu silencio es un abanico—
un abanico cerrado, un abanico que abierto sería tan bello, tan bello,
pero más bello es no abrirlo, para que la Hora no peque…

Se helaron todas las manos cruzadas sobre todos los pechos..
Se ajaron más flores de las que había en el jardín…
Mi manera de amarte es una catedral de silencios escogidos,
y mis sueños una escalera sin principio pero con fin…

Alguien va a entrar por la puerta… Se siente sonreír el aire…
Tejedoras viudas gozan las mortajas de vírgenes que tejen…
Ah, tu tedio es una estatua de una mujer que ha de venir,
el perfume que los crisantemos tendrían, si lo tuviesen…

Es preciso destruir el propósito de todos los puentes,
vestir de alienación los paisajes de todas las tierras,
enderezar por fuerza la curva de los horizontes,
y gemir por tener que vivir, como un ruido brusco de sierras…

¡Hay tan poca gente que ame los paisajes que no existen!…
Saber que continuará habiendo el mismo mundo mañana—¡cómo nos entristece!…
Que mi oír tu silencio no sean nubes que contristen
tu sonrisa, ángel exiliado, y tu tedio, aureola negra…

Suave, como tener madre y hermanas, la tarde rica desciende…
No llueve ya, y el vasto cielo es una gran sonrisa imperfecta…
Mi conciencia de tener conciencia de ti es una prez,
y mi saberte sonriendo es una flor mustia en mi pecho…

¡Ah, si fuésemos dos figuras en una lejana vidriera!…
¡Ah, si fuésemos los dos colores de una bandera de gloria!…
Estatua acéfala retirada a un lado, polvorienta pila bautismal,
pendón de vencidos que tuviese escrito en el centro este lema ¡Victoria!

¿Qué es lo que me tortura?… Si hasta tu faz tranquila
sólo me llena de tedios y de opios de ocios temibles…
No sé… Yo soy un loco que extraña su propia alma…

Yo fui amado en efigie en un país más allá de los sueños…