Llego y toco una mano
y la mano que toco
tiene dudas.
Vengo y veo unos ojos
y los ojos que veo
tienen llanto.
Pregunto por nadie
y me responde la ceniza
con su enlutado lenguaje.
Y cuando quiero volver
corriendo locamente
hacia los ojos azules
que me llaman,
el alma se me enreda
en las torres de la muerte,
donde sombras amigas
abren sus manos
hacia el tiempo.
Digo luego una palabra
amable
y nadie escucha mi voz
acostumbrada al tulipán
y acostumbrada al viento.
Debo gritar, no hay duda.
Seguir gritando, reciamente
hasta que vengan ,a buscarme
para negarme la cascada
luminosa de la vida.