Duelo nacional

Se ha colocado tu nombre junto al asta
en la bandera de lo absurdo y lo real;
no quería recordar entonces la frase esperada,
ni los días encapotados en que solíamos salir
a mendigar unas cuantas profecías de lluvia.
Tu nombre era real o supuesto
se te desmoronaban los dedos de tierra
con solo palpar la imagen, de algún santo o de algún Cristo
puesto sobre el vidrio.

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El fotoálbum

Me pongo a mirar las fotos al fondo
Donde se erige el álbum de la nada
Mujeres antiguas con vestimentas
Que hoy se apolillan en baúles de caoba,
Caballeros de sombrero y corbata que van y vienen
A una boda que siempre asisten.

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Enterradero de El Ciprián

En este enterradero todos tenemos epitafio
Una oscura canción que nos persigue desde el pasado hasta el presente
Como una guirnalda de pobres vegetales,
Estos muertos que me habitan a veces, que tanto cargo
Que corrijo en sus posturas, en sus gestos, en sus hábitos,
Que corren detrás de mí como el niño tras el llanto amargo del agua
Se van navegando junto a mi sangre
Como se va escapando el invierno en su fragata.

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Evocación para entrar en los ojos de Emma Bovary

Toda evocación es posible de relatar, si se tiene en cuenta el poder subversivo de la mente
-cuando no era posible hurgar en tus ojos-
Y llenar de cachivaches o de materias futuristas
La casa que nos queda
Las habitaciones de hotel que llenábamos con las primaveras descalzas de Europa
Con un antiguo vaticinio de mago escanciando los dolores pasados en caldera
Y no era posible sobrevivir a tanta catástrofe, a tanta hecatombe
A tanto olor de cementerio agriándose en el colmo
De esperar las provisiones a caballo,
Ese condado que habitamos antes de nacer o desde siempre
Corriendo entre los espantapájaros y las espigas de avena
Mientras nos observaba desde la ventana los ojos inobjetables de Madame Bovary
Y desde algún lugar del campo, su esposo nos carraspeaba “cuidado con los sembrados
Que ya pronto viene la cosecha”
Y yo sólo quería acercarme a aquellos ojos de Emma y cosechar esa miel silvestre
Que destila de sus cuencas, como un licor de rododentro
Tan hermoso y tan fatídico para las aguas poderosas del alma;
Que nos unge con láudano la herida,
Cuando horadábamos hacia delante sin medir el desahucio del deseo,
La pisada del musgo en la tierra extranjera
La luz podrida que se reflejaba en mi oscuridad
Y yo portando la bombilla de las acusaciones
La viña de las eras que era un diapasón a otra eternidad
Que se repite en nuestras lágrimas,
Estando a ciegas con los biógrafos o con los periodistas
Que te succionan la tesis de la sobrevivencia hasta el cansancio,
Llenando el vaso ultraísta
Hasta llegar a la última estocada de tu himno en el cuerpo,
A ese langor de cruzada
Que penetra en la armadura,
En el casco surreal y ante el sopor de la moneda entre la nieve;
Una ofrenda forestal se erguirá por tus cabellos.

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La muerte y su barco

La muerte regresa a tientas con su barco
Escupe sus negros esclavos, sus piezas de mercadería
Regresa desde los sueños en forma de galeón o de canoa
Es en nosotros que vive con su llanto sumergido

A veces me pregunto a quien llaman mis padres
Desde la senilidad con sus tantas voces;
Por qué se repiten mis abuelos en los mismos hábitos
De hablar con la nada
O de esparcir sus fotografías
En el garabato de la niebla?

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Poemas para caminar bajo un paraguas

36

La mortal lluvia se propaga; no puedo detener el lenguaje sangriento de las aguas, un patriarca muy viejo introduce su bastón en el cuenco del destino; hay asfixia en los boscajes de la roca, un animalillo estrangulado yace con los ojos primaverales hacia el cielo, el filo de la nube corta el sistema nervioso de los soles.

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Por ti no pasa nunca el tiempo

II

Cierto, no estarás desnuda por ruinas y hospitales, ni dejarás que se lleven al mar tus revelaciones en el espejo de tu carne, mortalmente edificada por arquitectos dantescos o por guerreros y ancianos egregios, que quemaron sus barbas y alzaron las naves para huir de su pueblo y dar saltos de eclosión o de miserableza, tanto fuego reunido sirvió para consumar un cadáver, es decir un cuerpo,
una sangre una noche o un aullido no fue suficiente,
para tanta moral escrita, para tanto orgasmo petrificado en los esqueletos de la ciudad, que aún se alzan como dentelladas,
como saxofones viejos, actos de fe, pianos rotos, poemas inválidos y ciegos que murmuran frases delante de los semáforos.

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Vuelta a la Tstatieva

Me cuenta un biógrafo que a través de un resabio de cristal
Pudo visitar Rusia y tertuliar un rato
Con Marina Tstatieva. Ella lo recibió con su rostro de hambre
Y el vestido raído y con el vaso de agua desbordado por la vendimia de los años
Y le brindó rodajas de salmón desesperadamente
Después de haber tomado
El vaho del día y las temibles noticias, de deudas
Muertes y encarcelamientos de vecinos y seres queridos.

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