Díselo, Carmen Romero,
dile que estamos aquí,
que él parece estar allí
y es aquí donde lo espero;
dile que ningún obrero
entiende que un presidente
mande guardias a su gente
en vez de mandar trabajo,
dile que va cuesta abajo
frente a la Cuesta de Enero,
díselo, Carmen Romero.
Poemas de Javier Egea
Cuando dijiste ¡basta! era diciembre
y sólo tú templabas el vacío.
Pensé que nada estaba,
que se perdió contigo la llave de la vida.
Después miré a la calle
y era la misma puerta para todos:
la vida no existía.
«Para la libertad
sangro, lucho, pervivo»
Miguel Hernández
Dicen que no quiere ser
ni vendida ni comprada,
que aquí la cercan los lobos,
allá le minan sus aguas
y en sus orillas acechan
sombras de flores quemadas.
(De Miguel, camarada viajero con el frío)
III
Pretendieran tus ojos estos mares felices,
esta orilla encendida.
Pretendiera esta luz tu corazón viajero.
Desde el muelle miramos,
contemplamos los mares que se agrandan ya tuyos.
«Ellos los vencedores»
Luis Cernuda
Entre cuatro paredes
comenzaba la noche del asedio
Ellos, los asesinos,
alentaban la larga collera de los perros.
El hambre por las sábanas
se agazapaba oscura como un cepo.
Sueño y trabajo nos costó saberlo:
ternura es patrimonio de los rojos.
Pero los rojos, Claudia,
en estas noches bárbaras,
sólo somos tú y yo.
¿Qué cómo me enamoré?
-No podrán con nosotros, le dije.
Y seguí mi paseo solitario.
Eran tiempos muy duros. No era fácil vivir.
Por eso madrugué por los despachos,
volví mañana, les expuse el caso
y conseguí un empleo para ella:
tras mirarla a los ojos -al menos eso dijo-
le entregaron la llave más preciada,
pusieron a su cargo el alumbrado.
A Rafael Alberti
Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
que buen caballero era»Rafael Alberti
Espumas de la escollera,
Puerto de Santa María,
si Garcilaso volviera
yo sé que preguntaría
por su joven escudero
que quiso ser marinero
y se quedó en tierra un día.
«con la pasión que da el conocimiento»
Jaime Gil de Biedma
Hoy está triste el juglar
sólo canta para ella,
que también la juglaría
tiene parte en la tristeza.
Sepan que de mal de amores
nadie está libre en la tierra.
Lo que pueda contaros
es todo lo que sé desde el dolor
y eso nunca se inventa.
Porque llegar aquí fue una larga sentina,
un extraño viaje,
una curva de sangre sobre el río,
mientras todo era un grito
y ya se perfilaba resuelto en latigazos
el crepúsculo.
Yo no sé si la quise pero andaba conmigo,
me guiaba su risa por la ciudad tan gris.
Ella tenía en su boca colinas de Ketama
y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.
Yo vi tantas estrellas como ella puso siempre
en aquel cielo raso como un paño de tul.
«…las aguas del olvido «
Garcilaso«Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!»
César Vallejo
Te escribo nuevamente desde una tarde helada
de esas en que nos puede el sentimiento
y la obsesión -ese pingajo de la soledad-
te derriba, te ocupa, sienta plaza en tu cuerpo
y, lo más peligroso, te alumbra, te interroga.
Entonces,
en aquella ciudad
o en la intuición primera, vaga, de su cuerpo,
el pensamiento aún flotaba en bucólicos careos,
en versos aprendidos sin historia
y no era posible amar
entre unas calles donde todo era sucio,
carne sin brillo,
cuando aún en el mar, la nube y las espigas
sin historia y sin tiempo, vanos,
estábamos durmiendo
o ignorando
esa gota de sangre que cuelga del amor
-su blanco cuello herido-,
ignorando la clase oscura en que nacimos,
sin consciencia de naves hundidas,
de rubios náufragos,
condenados a vivir una historia perdida
de explotación y soledad, de muerte enamorada,
sin saberlo.
A Aurora de Albornoz
Mas se fue desnudando. y yo le sonreía. «
Juan Ramón Jiménez
Vino primero frívola -yo niño con ojeras-
y nos puso en los dedos un sueño de esperanza
o alguna perversión: sus velos y su danza
le ceñían las sílabas, los ritmos, las caderas.
¿Qué luz extraña, dime, ha poblado este cuerpo
repetido en portales, escaparates, brumas,
ingenuo paseante de la ciudad, hermano,
caminante del mismo aturdimiento
que estos siglos de expolio pusieron en los ojos,
qué luz extraña, dime,
hay en la soledad y en la memoria?
Quizá me confundí de calle y de aventura
pero ya me conocen sus farolas y el alba,
ya conocen mi sombra, mi canción, mi tristeza
y esta costumbre vieja de andar erguido y solo.
Te trajeron de golpe los violines
y eras algo más rubia de lo que yo esperaba
pero bella y letal como veneno.
Y era una especie de traición tu cuerpo.
Mientras ibas tomando mi casa pieza a pieza,
para alcanzar los últimos rincones
te adelgazaste en besos, pasos, ecos.