En lúgubres cipreses
he visto convertidos
los pámpanos de Baco
y de Venus los mirtos;
cual ronca voz del cuervo
hiere mi triste oído
el siempre dulce tono
del tiempo jilguerillo;
ni murmura el arroyo
con delicioso trino;
resuena cual peñasco
con olas combatido.
Poemas de José Cadalso
el campo está sin flores,
los pájaros no cantan,
los arroyos no corren,
no saltan los corderos,
no bailan los pastores,
los troncos no dan frutos,
los ecos no responden…
es que enfermó mi Filis
y está suspenso el orbe.
¿Quién es aquél que baja
por aquella colina,
la botella en la mano,
en el rostro la risa,
de pámpanos y hiedra
la cabeza ceñida,
cercado de zagales,
rodeado de ninfas,
que al son de los panderos
dan voces de alegría,
celebran sus hazañas,
aplauden su venida?
Desde el centro de aquestas soledades,
gratas al que conoce las verdades,
gratas al que conoce los engaños
del mundo, y aprovecha desengaños,
te envío, amado Ortelio, fino amigo,
mil pruebas del descanso que consigo.
Ovidio en tristes metros se quejaba
de que la suerte no le toleraba
que al Tíber con sus obras se acercase,
sino que al Ponto cruel le destinase;
mas lo que de poeta me ha faltado
para llegar de Ovidio a lo elevado,
me sobra de filósofo, y pretendo
tomar las cosas como van viniendo.
Mientras vivió la dulce prenda mía,
Amor, sonoros versos me inspiraste;
obedecí la ley que me dictaste
y sus fuerzas me dio la poesía.
Mas, ¡ay!, que desde aquel aciago día
que me privó del bien que tú admiraste,
al punto sin imperio en mí te hallaste
y hallé falta de ardor a mi Talía.
No basta que en su cueva se encadene
el uno y otro proceloso viento,
ni que Neptuno mande a su elemento
con el tridente azul que se serene,
ni que Amaltea el fértil campo llene
de fruta y flor, ni que con nuevo aliento
al eco den las aves dulce acento,
ni que el arroyo desatado suene.
Si el cielo está sin luces,
el campo está sin flores,
los pájaros no cantan,
los arroyos no corren,
no saltan los corderos,
no bailan los pastores,
los troncos no dan frutos,
los ecos no responden…
es que enfermó mi Filis
y está suspenso el orbe.
Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
todo cede al rigor de sus guadañas;
ya transforma los valles en montañas,
y apone un campo donde un mar había.
Él muda en noche opaca el claro día,
en fábulas pueriles las hazañas,
alcázares soberbios las cabañas,
y el juvenil ardor en vejez fría.
No basta que en su cueva se encadene
el uno y otro proceloso viento,
ni que Neptuno mande a su elemento
con el tridente azul que se serene;
ni que Amaltea el fértil campo llene
de fruta y flor, ni que con nuevo aliento
al eco den las aves dulce acento,
ni que el arroyo desatado suene.
Discípulo de Apeles,
si tu pincel hermoso
empleas por capricho
en este feo rostro,
no me pongas ceñudo,
con iracundos ojos,
en la diestra el estoque
de Toledo famoso,
y en la siniestra el freno
de algún bélico monstruo,
ardiente como el rayo,
ligero como el soplo;
ni en el pecho la insignia
que en los siglos gloriosos
alentaba a los nuestros,
aterraba a los moros;
ni cubras este cuerpo
con militar adorno,
metal de nuestras Indias,
color azul y rojo;
ni tampoco me pongas,
con vanidad de docto,
entre libros y planos,
entre mapas y globos.
Que un sabio de mal humor
llame locura al amor,
ya lo veo;
pero que no se enloquezca
cuando otro humor prevalezca,
no lo creo.
Que una doncella guardada
esté del mundo apartada,
ya lo veo;
pero que no muera ella
por salir de ser doncella,
no lo creo.
Pierde tras el laurel su noble aliento
el héroe joven en la atroz milicia;
supúltase en el mar por su avaricia
el necio, que engañaron mar y viento.
Hace prisión su lúgrube aposento
el sabio por saber; y por codicia
el que al duro metal de la malicia
fio su corazón y su contento.
Todo lo muda el tiempo, Filis mía,
todo cede al rigor de sus guadañas:
ya transforma los valles en montañas,
ya pone un campo donde un mar había.
El muda en noche opaca el claro día,
en fábulas pueriles las hazañas,
alcázares soberbios en cabañas,
y el juvenil ardor en vejez fría.